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El camino hacia la calidad y la equidad, así se llama el Plan Decenal de Educación 2016 - 2026 que presentó a los colombianos el Gobierno Nacional y que es hoja de ruta clave para la consolidación de la propuesta por una Colombia con la mejor educación de Latinoamérica, un reto ambicioso, pero necesario si queremos revertir muchos indicadores negativos de nuestro país. La competitividad económica debe empezar por mejorar las competencias de las personas y si así lo entendemos y logramos todos trabajar con esa perspectiva común, seguramente podremos concretar los logros que se necesitan para ello.
Difícilmente un Plan que se ha construido con la participación de un millón de personas pueda tener detractores, pues se trata de un ejercicio juicioso en el que se escucharon diferentes posiciones sobre estos asuntos. No obstante, debe tenerse en cuenta que de nada servirá tener un buen plan si no se aseguran los recursos para llevarlo a cabo, como han advertido sectores educativos. En Colombia somos expertos en planear, pero no en ejecutar y por eso las buenas ideas mueren en buenas intenciones, porque no se les presta atención a los cómo ni se toman en cuenta las maneras en que se deben medir en el tiempo las metas.
Lo que no se mide no se puede administrar. Así que este Plan Decenal de Educación necesita de unos indicadores claros que permitan ver a dónde se quiere llegar en diferentes temas. Para lograrlo es indispensable que esa medición se pueda hacer de manera permanente para poder tomar acciones que permitan corregir el rumbo cuando sea necesario, apretar el acelerador en lo que funcione y destinar los recursos que falten cuando se necesiten para cumplir. Sin esto, será imposible poder transformar la educación y mejorar su calidad.
Un Plan de estos debe manejarse como el de cualquier empresa. Debe tener un gerente a cargo que esté en constante evaluación de él y que identifique los aciertos y los problemas para poder llevarlo a cabo. Además, debe seducir a todos los sectores para que entiendan la importancia de que se camine hacia el mismo lado. Ejemplos como el de Manizales y su voto por la educación tienen que servir para que el Gobierno entienda la importancia de empoderar también a los ciudadanos y que cada uno asuma el papel que le corresponda dentro de este programa. La comunidad educativa debe trascender de las aulas para involucrar a la sociedad.

Esos indicadores deben incluir la evaluación de los docentes. En sus manos está la materia prima más importante de un país, los niños. Por lo tanto, es de mínima lógica entender que quienes tienen a cargo a los educandos deben estar sometidos a sistemas de seguimiento y de calificación para saber si tienen que mejorar, actualizarse o para identificar modelos exitosos que puedan replicarse en otros lugares. La evaluación tiene que dejar de verse como insumo para la sanción, sino que tiene que entenderse como la mejor manera para poder saber quiénes lo hacen mejor y quiénes necesitan mejorar sus competencias. Así que no debe haber ningún asomo de duda sobre quienes tienen a cargo la difícil tarea de la educación de las generaciones en formación.