Fecha Publicación - Hora

Como si fueran pocas las protestas populares de hoy en Latinoamérica y en el mundo, ahora en Bolivia sube la temperatura de las confrontaciones en las calles por cuenta de un posible fraude orquestado desde la casa presidencial, con el que Evo Morales pretende permanecer, a las malas, en el poder durante cinco años más. El principal contendor del mandatario, el expresidente Carlos Mesa, quien antes del apagón que sufrió el sistema de conteo de votos el pasado domingo pasaba a segunda vuelta, ya expresó claramente que no aceptará los resultados en los que Morales obtiene suficiente ventaja para quedar reelegido de manera automática. Antes del apagón, con el 84% del conteo, los resultados eran: Morales 45,28% y Mesa 38,16%.
La palabra que menciona hoy medio país es fraude, y no de cualquier tamaño, sino gigantesco. Cuando todo el mundo ya veía que los guarismos obligarían a volver a las urnas en diciembre, ocurrió una interrupción inexplicable tras la cual el presidente, 20 horas después, apareció con el 46,4% de los votos y Carlos Mesa con el 36,07%, con el 95,63% de actas verificadas. En Bolivia no es necesaria una segunda vuelta cuando el primero saca más del 40% y aventaja al segundo por 10 o más puntos porcentuales. Así, la situación está en el límite. Lo curioso es que los resultados de las actas favorecen a Morales, lo que no corresponde de manera exacta al número de votos escrutados por el Tribunal Superior Electoral. El país sigue a la espera de que ese organismo entregue los resultados definitivos.
Lo grave es que el mandatario viene cantando victoria desde el domingo, señalando una supuesta "mayoría absoluta", que incluso los resultados actuales no garantizan. Canta victoria Morales también por los resultados en el Legislativo, donde supuestamente mantendría las mayorías. La posición del presidente contrasta con la de la Iglesia Católica, cuyos líderes en ese país hablan de "evidentes signos de fraude" y de la necesidad de respetar las votaciones, el clamor por la democracia y la urgencia de una segunda vuelta que aporte claridades.
Si bien hay que reconocer que durante la permanencia de Morales en el poder Bolivia viene logrando resultados positivos en materia económica y social, también es verdad que sus actuaciones desde hace rato son propias de una dictadura, que no esconden sus ansias de perpetuarse en el poder, algo que no es sano para ningún país que se piense democrático. Con los cinco años del nuevo periodo el actual mandatario podría llegar a los 18 años en el Ejecutivo, lo cual no tiene la más mínima presentación.
Eso es lo que tiene a gran parte del pueblo boliviano protestando en las calles, en acciones que se han tornado violentas. Un líder verdadero de un país debe garantizar la paz social y la convivencia, pero con el empeño de Morales de quedarse en la presidencia como sea, está ocurriendo todo lo contrario: es él el mayor promotor de los hechos violentos. Ya Morales, con esta elección, estaba desconociendo el resultado de un referendo que le prohibía una nueva reelección, con lo que su talante queda demostrado.

La misma Organización de Estados Americanos (OEA) también manifestó su “preocupación y sorpresa por el cambio drástico” en el conteo de votos, lo cual llena de incertidumbre el futuro de Bolivia. Hasta Human Rights Watch está pidiendo que la OEA le aplique la Carta Democrática a Morales. No podemos olvidar que ya había perdido un referendo con el que quiso que se aprobara la reelección indefinida, y que luego sacó del sombrero la autorización del mismo Tribunal Supremo Electoral, hoy en entredicho, para poder ser candidato.