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Caldas se anotó un importante logro con la certificación de las Naciones Unidas que lo reconocen como el primer departamento de Colombia libre de cultivos ilícitos, por lo que es ejemplo para el resto del país. Lo mejor de todo es que, como lo enfatizó el gobernador Guido Echeverri Piedrahíta, las casi tres mil hectáreas que en el pasado estuvieron cultivadas de coca en el oriente caldense, principalmente, fueron erradicadas sin necesidad de la aspersión de herbicidas como el polémico glifosato. Todo se hizo de manera manual, en gran parte con políticas de sustitución.
La certificación fue entregada, luego de verificar con monitoreos en campo, aéreos y satelitales que desde hace cinco años la región no tiene estos cultivos. Lo mejor es que actualmente las zonas en las que antes hubo coca están ocupadas por campesinos que trabajan con programas asociativos de otros productos, en los que hay apoyo gubernamental, para que las labores agrícolas se puedan desarrollar con éxito. Las comunidades han visto que tienen alternativas diferentes para obtener recursos de subsistencia, sin necesidad de exponerse a la ilegalidad. Es así como, desde el 2013, cuando la Policía Antinarcóticos halló y destruyó ocho hectáreas de coca en Caldas, no hay nuevos reportes.
Hasta el mismo comandante del Ejército Nacional, general Nicacio Martínez Espinel, reconoció en Manizales que los resultados de Caldas son más significativos que lo que se pueda hacer en represión. Da así la razón a quienes piensan que los métodos de erradicación voluntaria que vengan acompañados de opciones legales para mejorar los ingresos de las familias campesinas son el camino ideal. El ejemplo caldense debería servir para mostrarle al Gobierno Nacional que en lugar de pensar en nuevas aspersiones con glifosato, como se proyecta, sería mejor enfatizar en los programas de erradicación voluntaria y políticas serias y consistentes de sustitución que motiven a los campesinos a dar el paso. Eso sería un gran golpe al narcotráfico, si se hace como política integral.
Si se quiere acabar con el oscuro negocio de las drogas, no es persiguiendo a los consumidores como puede hacerse un control efectivo, sino que hay que ir a las raíces del problema. En ese sentido, brindar nuevas opciones a los cultivadores de coca, no solo cierra la posibilidad de que siga siendo combustible para la violencia y para la desintegración social, sino que ataca la deforestación y los múltiples daños ambientales que nos perjudican a todos. Se ha demostrado, con Caldas, que un trabajo interinstitucional bien coordinado puede lograr avances en la lucha contra las drogas ilícitas. La presencia militar es importante para brindar seguridad y evitar que los narcotraficantes se tomen los territorios, pero lo fundamental es que el Estado como un todo, prestando sus servicios, esté presente. Ganarse de nuevo la confianza de las comunidades es la clave.

Este logro de Caldas hay que resaltarlo, en medio de la realidad del más reciente reporte de las mismas Naciones Unidas, en el que se asegura que Colombia es hoy el exportador del 75% de la cocaína que se vende en el mundo, y donde hay 171 mil hectáreas de cultivos ilícitos. Ahora bien, como la gran conclusión es que en el último año no se extendieron los cultivos en el país, podría decirse que la estrategia de la erradicación manual que se ejecuta está dando resultados. Si se refuerza este procedimiento con más programas de sustitución, pronto se tendrán otros departamentos de Colombia que puedan certificarse de la misma manera que lo hizo Caldas.