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En las aulas de Derecho aún se citan las sentencias y nombres de la Corte Suprema de 1936, así como se recuerdan con nostalgia la excelencia y el legado que dejaron los magistrados que perecieron en el holocausto del Palacio de Justicia en 1985, o los integrantes de la primera Corte Constitucional, muchos de los cuales siguen siendo ejemplo para las nuevas generaciones desde sus cátedras. ¿Por qué dejaron huella? Porque fueron honorables y honrados personajes que entendían que alcanzar el más alto rango de la magistratura encarnaba una responsabilidad que superaba sus ambiciones y sus pretensiones. Todo lo contrario de lo que estamos pasando hoy.
Nos cansamos de relatar los actos impropios de magistrados de cortes y tribunales, de jueces y de fiscales y llegamos a los extremos en los que nos encontramos hoy. Delitos cometidos por los más altos dignatarios de la justicia, los mismos cuyo comportamiento parece más el de un mafioso que el de alguien que debe ser ejemplo de rectitud y sapiencia. Podemos quedarnos rumiando sobre en dónde empezó todo esto, pero no habrá solución si no se entiende que la politiquería debe alejar de una vez por todas su influencia en el poder judicial y que allí no se necesitan hombres llenos de contactos, sino probos y limpios.
¿Cuál es la reingeniería que necesita la Rama Judicial en Colombia? Esta empieza por dejarse reformar. Buena parte de los males que hoy suceden pasan por la falta de una reforma definitiva, que realmente solucione los problemas de fondo que se presentan allí, que acabe con la circulación de favores, con el trato con los políticos, con el cabildeo de los bufetes y que no vaya a revivir, por nada, la función electoral que tanto daño hizo. Si algo salió mal en la Constitución del 91 fue justamente la supuesta modernización del aparato judicial, por esas fechas, con grandes devotos por cuenta del sacrificio que pagaban sus funcionarios en medio de la guerra emprendida por los extraditables contra el Estado.
No obstante lo anterior, tenemos que reiterar que las leyes y la modernización del Estado ayudan, pero que el problema de la corrupción es un asunto de personas. Se pueden tener todos los manuales, poner todas las talanqueras, incrementar las penas hasta los máximos posibles, pero si seguimos alimentando una sociedad del mínimo esfuerzo, en la que el exitismo, el estilo traqueto, el dinero fácil son los parámetros, estaremos muy lejos de ser una sociedad virtuosa. 

Las facultades de Derecho tienen mucha tarea, porque en la medida en que se privilegie al abogado marrullero, al que gana sin importar cómo, al que demuestra su éxito en la capacidad de hacer cabildeo en los juzgados y tribunales se está poniendo en entredicho lo más importante de la profesión. La ética no puede ser una materia más, sino una exigencia a profesores y estudiantes para que sea tema de toda la carrera, desde el primer día hasta el último de los preparatorios o de la judicatura. Y esto debe pasar por toda la Rama Judicial, por los abogados litigantes, por las organizaciones que promueven el buen uso del derecho. Porque lo que sucede ahora es que el mal ejemplo puede cundir y si no hacemos algo que realmente sirva, un compromiso como sociedad, tendremos que seguirnos lamentando de lo que pasa, sin encontrar soluciones de fondo en el corto plazo.