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El pasado 20 de julio un pequeño grupo de manifestantes derribó la estatua de Francisco de Paula Santander, ubicada en el sector de Fundadores, en Manizales, donde nace la Avenida que lleva su nombre. Ya el pasado 1 de mayo, cerca de allí, un busto del político conservador Gilberto Alzate Avendaño sufrió una experiencia similar. Varios sectores de la capital de Caldas, como ha ocurrido en varias ciudades colombianas desde el pasado 28 de abril, han sido víctimas de ataques vandálicos que afectan no solo bienes públicos sino también privados, con perjuicios que además de generar daños económicos producen una sensación de desesperanza en el futuro.
Habrá quien argumente que los daños del vandalismo son poca cosa comparados con las consecuencias del exceso de la fuerza de algunos agentes de la Policía durante las protestas, y tal vez tenga algo de razón, porque tampoco puede aceptarse la brutalidad policial. Sin embargo, nada justifica el vandalismo desbocado que unos pocos ejecutan en perjuicio de la mayoría de ciudadanos que se manifiestan de manera pacífica, y que ven cómo sus justos reclamos son opacados por las acciones violentas, irracionales y anárquicas de quienes solo actúan con el propósito de profundizar odios en la sociedad colombiana.
Ninguna violencia puede considerarse justa, y la manera de buscar cambios en nuestra sociedad y nuestra política no puede basarse en opciones ajenas a lo democrático y al respeto del orden legal. Por el contrario, frente a lo que está mal en nuestro país, lo que se necesita es una gran movilización social en las urnas, y el uso de mecanismos que hagan ver el descontento y que en lugar de destruir apunte a construir entre todos un mejor porvenir para Colombia. Tumbar monumentos o hacer daños cobardes que afectan a otros, es un camino claramente equivocado. En este sentido es elocuente el reportaje gráfico que se publica hoy, en el que se observa la destrucción absurda de vallas publicitarias, con lo que solo se gana en confusión y desesperanza.
Es difícil, ciertamente, que quien se ha acostumbrado a ligar la libertad de expresión con la violencia entienda que existen formas pacíficas de manifestarse y que el vandalismo afecta la esencia del mensaje que se quiere transmitir, pero es pertinente aspirar a que las formas civilistas predominen sobre las actuaciones que lindan con el delito, para que nuestra democracia se fortalezca y termine impulsando los cambios que, sin duda, el país requiere. Puede generar ira que el gobierno no escuche los clamores de miles de personas que se expresan de distintas formas, pero el peor camino es actuar con vandalismo, el cual opaca el propósito central de la legítima protesta social.
De hecho, hay un descontento generalizado con las actuaciones vandálicas de unos pocos que afectan a la mayoría de manera seria. Ver cómo es pisoteado el patrimonio cultural, como se resta valor a la figura de personajes como Santander, quien hizo valiosos aportes en la creación y concreción de la vida republicana colombiana, y que dio ejemplo de rectitud legal, además de promover ideas progresistas y de beneficio común, causa gran desazón en quienes han aprendido que los conflictos solo generan nuevos conflictos, nunca las mejores soluciones.

Seguramente las marchas y protestas continuarán durante lo que resta del actual gobierno nacional, y sería un gran avance como sociedad que entendiéramos que no hay una sola verdad, sino que la diversidad reina, y por lo mismo es mandatorio fortalecer el respeto por lo que piensa el otro, así no se comparta la misma idea, y que comprendamos que ninguna expresión radical nos