Fecha Publicación - Hora

El poder que han alcanzado los carteles de la droga han puesto un reto muy grande a los Estados. Colombia ya ha vivido episodios de ingrata recordación por la capacidad corruptora de este aparato criminal lleno de dólares. Lo que sucedió en México el jueves pasado, con la decisión que tomó el Estado de liberar a un detenido -el hijo del Chapo Guzmán- que ya estaba en poder de las fuerzas militares mostró el poderío del grupo delincuencial y la impotencia de un Gobierno, que cedió ante las presiones y la capacidad demostrada por la agrupación criminal de controlar una ciudad como Culiacán.
Son miles de páginas las que se han escrito sobre la necesidad de equilibrio entre esas dos palabras que destaca el escudo de Colombia: Libertad y Orden. Hay quienes piensan que para la libertad es necesario que primero haya orden y también quienes consideran que el orden es resultado del buen uso de la libertad. Se trata de reflexiones de hondo calado filosófico, que pueden llevar a largas discusiones, mientras tanto, son los ciudadanos de a pie quienes ven cómo el narco subvierte el orden y somete al Estado, pero no lo hace precisamente para garantizar libertad, con lo cual tampoco se logra el balance.
Sin embargo, la situación vivida en la importante ciudad mexicana nos deja reflexiones. La espectacularidad del personaje y la jerarquía de quienes tomaron las decisiones lo hicieron más mediático, pero es una situación que se repite en lugares de Latinoamérica y de otros países, donde las autoridades son incapaces de gobernar por dejadez, por miedo, por presiones o por otras razones. El problema mayor es que hay quienes justifican a esos delincuentes por su aparente capacidad de brindar seguridad, pero que carecen de toda legitimidad. Simplemente han ocupado el vacío existente, como lo hicieron durante años en Colombia guerrillas y paramilitares en amplios territorios y hoy lo continúan haciendo en zonas muy precisas. Esta situación genera una de las mayores amenazas para la democracia.
A propósito de las elecciones que se presentarán el próximo domingo en Colombia, bueno es advertir que el peor error que puede cometer un gobernante es hacerse el de la vista gorda o, peor aun, transigir con los delincuentes para que no haya muchos homicidios o para que se genere cierta idea de gobernabilidad y de seguridad, cuando simplemente lo que se ha hecho es transar para disimular y hacer creer que las cosas mejoran. Así estaban las cosas en Culiacán, en donde orgullosos mostraban que había una reducción en los homicidios, pero lo que realmente pasaba era un pacto tácito al estilo "hagámonos pasito", que algunos han llamado la paz narca. Es una pantomima que tarde o temprano revienta y muestra la realidad de manera cruda.

Bien vale la pena que nos preguntemos como ciudadanos si estamos dispuestos a permitir que se siga privatizando la idea de seguridad o de justicia, que sean los delincuentes los que nos gobiernen, porque entonces hemos perdido como Estado. Actuar a tiempo y lograr ese mínimo contrato social sobre la necesidad de que haya orden y se respete la autoridad es una base clara para que cualquier nación pueda gobernarse. De lo contrario, el remedio puede resultar peor que la enfermedad.