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La realización ilegal el pasado domingo de un referendo independentista en la provincia española de Cataluña terminó con cerca de 500 personas heridas y delicadas tensiones entre los ciudadanos y la policía y la Guardia Civil. Ayer se llevó a cabo una huelga general que paralizó ciudades como Barcelona y Tarragona, y que podría extenderse por varios días según anuncios de quienes lideran las protestas. Las equivocaciones de la Generalitat catalana y del Gobierno de España, liderados por Carles Puigdemont y Mariano Rajoy, respectivamente, tienen a esta importante zona de la Península Ibérica en una grave crisis que alcanza al resto de Europa.
Tras los resultados del referendo ilegal, en el que habría triunfado el sí (aunque con una abstención del 60%), las posiciones en lugar de acercarse se alejan, al punto de que ya se habla de dar pasos para que Cataluña se convierta en un nuevo estado. Tal situación le plantea un gran reto a la Unión Europea (UE), que debe moverse para frenar la ola de nacionalismos que surge en distintos puntos de su territorio; no deben olvidarse los principios europeos que apuntan a evitar la fragmentación de los estados. Aunque hay que buscar salidas dialogadas a este conflicto, la UE debe pensarlo dos veces antes de aceptar ser mediador de la crisis, tal y como lo exige Puigdemont. 
Es evidente que el discurso separatista que hierve hoy en Cataluña es totalmente inconveniente para el mundo, e inclusive para los propios catalanes. No podemos olvidar que los grandes conflictos del siglo XX, los peores en toda la historia de Occidente, surgieron de la lucha entre nacionalismos a ultranza que no deberían ser relevantes en el mundo globalizado de hoy. No obstante, la crisis de Cataluña y otras expresiones separatistas en Francia, Rumania, Italia y Bélgica, por ejemplo, encienden las alarmas y exigen respuestas claras de la Comunidad Internacional.
Si bien es necesario hacer todo lo posible para que este tipo de ideas no fructifiquen y se mantenga la unidad española, también hay que reconocer que el gobierno de Rajoy se extralimitó al tratar de disolver con el uso desmedido de la fuerza a los pocos que se proponían declarar una supuesta independencia, muchos de ellos ancianos desarmados. La realidad hoy es que su reacción exagerada logró que todo el pueblo se uniera y que los más moderados estén viendo con buenos ojos apartarse de Madrid, y frente a eso el Gobierno Español debe actuar para que no se generen más violencias innecesarias, y que por el contrario salgan fortalecidos la democracia y el Estado de derecho.
De manera inmediata el reto para los políticos españoles de todas las vertientes es hallar acercamientos para asegurar una salida pacífica al conflicto y moderar los deseos independentistas, aumentando la autonomía de las regiones, pero bajo la misma bandera. Rajoy debería mirar hacia lo que ha pasado con los vascos, quienes en el pasado también intentaron separarse varias veces de España, incluso haciendo uso de la violencia de ETA, y que gracias a que hoy se les permite administrar sus propias finanzas, por ejemplo, dejaron atrás la motivación separatista.

Por lo pronto, se necesita que el Gobierno catalán deje de alentar la posibilidad de que surja un nuevo Estado, el cual tendría asegurado el rechazo internacional por la simple razón de ser fruto de un referendo declarado ilegal por la Corte Constitucional española. El respeto por la integridad del país y por la ley tiene que ser el punto de partida hacia un diálogo que encuentre caminos más sensatos para esta región del mundo.