Fecha Publicación - Hora

Admitir la magnitud y la gravedad de los secuestros cometidos durante el conflicto armado y pedir perdón público por esos actos indignos es un gesto del partido Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común (Farc) que debe ser bien acogido por la sociedad colombiana. Que lo haya hecho a través de una carta deja, sin embargo, un sabor agridulce, ya que las víctimas y familiares de quienes lo padecieron merecen que los jefes de la extinta guerrilla pongan la cara y declaren esas situaciones de manera expresa y directa ante la Justicia Especial para la Paz (JEP).
Tras este pronunciamiento que, sin duda, demuestra que el camino trazado por el acuerdo de paz fue el correcto, por apuntar a la verdad, se necesita que se evidencien avances en cuanto a la aplicación de justicia y a la concreción de formas de reparación a las víctimas. Obviamente, lo fundamental es que no haya repetición de este tipo de hechos criminales y que además del pedido de perdón haya un arrepentimiento alrededor de todos los delitos cometidos por las Farc durante décadas. El Eln debería tomar como ejemplo este gesto para que libere a sus secuestrados y abra la puerta a la paz.
Es importante que el partido Farc en su discurso haya dejado de llamar retenciones a evidentes secuestros que, de acuerdo con la JEP, podrían llevar a la acreditación de unas 20 mil víctimas desde 1993. No pueden negar los exjefes guerrilleros que el secuestro, al lado del narcotráfico, la extorsión y otros crímenes les sirvieron para financiarse durante años. Aunque en muchos casos ellos han usado expresiones como prisioneros de guerra para referirse a militares y políticos, es un avance significativo que ahora usen el nombre correcto: secuestros, y que manifiesten su vergüenza por esos hechos.
Lo mismo hay que decir con respecto al reclutamiento de niños para incorporarlos a las filas guerrilleras. Sin eufemismos es fundamental que los excomandantes admitan que se cometió ese crimen, con el que además de armar ejércitos que atentaron contra militares y civiles, arruinaron el futuro de muchos niños y jóvenes que solo tuvieron la oportunidad de sufrir la guerra. También está bien que admitan sus abusos sexuales y aborto forzado. En la medida en que sean más sinceros y demuestren que están avergonzados y dispuestos a compensar de alguna manera a las víctimas, será posible que el perdón que piden se materialice.

Si todos los actores del conflicto aportan verdad, reconocen sus crímenes y se arrepienten de la violencia que generaron será posible pasar la página y emprender un nuevo camino hacia la paz sólida y duradera que Colombia necesita. A los exjefes de la subversión, quienes firmaron el acuerdo de La Habana, les corresponde llevar la delantera en este sentido y acoger sin queja los justos reclamos de la sociedad colombiana. Las heridas de la guerra siguen abiertas y la única manera de cerrarlas es con gestos que demuestren que nunca más habrá campo para nuevas violencias. El país necesita una reconciliación real, que solo es posible si los actores del conflicto se comprometen con la verdad.