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Todo presidente se empeña en dejar una marca propia en su periodo de gobierno, obviamente con la intención de cumplir un Plan de Desarrollo y señalar el que considera el mejor rumbo para un país, pero también para que las generaciones futuras lo recuerden y valoren. En ese sentido, el presidente Iván Duque, quien deja mañana la Casa de Nariño, también se esforzó por darle un sello especial a su tarea administrativa, y si bien también se equivocó en diversos asuntos, es justo reconocer sus numerosos aciertos.
Es indiscutible que en medio de la zozobra que vive la economía mundial, Duque se retira dejando un país estable en esa materia, con una economía que sigue creciendo a una tasa superior a la del promedio de los demás países y a la cabeza de América Latina. Inclusive, en el contexto de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), en la que están las naciones más poderosas, nuestros indicadores son positivos.
Hay que reconocer una deuda externa alta, lo mismo que un déficit fiscal elevado, pero también hay que evidenciar que va en caída, lo mismo que el desempleo que llega ya a niveles de prepandemia y una dinámica económica local que es reflejo de la reactivación que se tiene en los diferentes sectores productivos y que mantienen el optimismo, pese a las dificultades que vienen desde afuera. Su trabajo por concretar obras de infraestructura se ve reflejado en proyectos que le están aportando competitividad al país.
Precisamente en lo relacionado con el manejo de la pandemia de covid-19, hay que resaltar que el presidente Duque desarrolló una tarea que es modelo de acciones acertadas en medio de una emergencia sanitaria tan complicada. Todos los indicadores en ese sentido son positivos en comparación con el resto del mundo, en general, con un sistema de salud fortalecido, unas cifras elevadas de vacunación y una estrategia acertada para mantener la reactivación sin riesgos de tener que volver a fuertes restricciones.
La desaprobación con la que se despide el mandatario tiene que ver con fallas en su gobierno que el pueblo colombiano cobró de manera bastante dura. La primera fue haber comenzado oponiéndose al Acuerdo de La Habana, con las objeciones a la Justicia Especial para la Paz, lo cual hizo ver como poco el avance significativo que después se logró en la implementación de programas con los desmovilizados. Los asesinatos de líderes sociales y de exguerrilleros también fueron una sombra en este caso.
Otras equivocaciones tienen que ver con su tozuda posición frente a Venezuela, país con el que debió trabajar para enfrentar problemas comunes, pero no lo hizo; los casos de corrupción de algunos de sus funcionarios cercanos como lo ocurrido en el Ministerio de las TIC con el internet para las zonas rurales, y el haberse empeñado en cooptar los organismos de control, impulsando amigos al frente de la Fiscalía, la Contraloría y la Procuraduría.

En lo que compete a Caldas, hay que reconocer que se vio su esmero por escuchar los reclamos de la región, y que en el caso del Aeropuerto del Café hizo todo lo que estuvo a su alcance para sacar el proyecto adelante, al punto de que comprometió los recursos necesarios para hacerlo realidad. Hoy el proyecto está parado, debido a un mal contratista, y la esperanza es que superado este impasse el proyecto siga adelante y se concrete en los próximos años.