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Es cierto que no es la primera vez que Estados Unidos se sale de la Unesco (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura). Ya en el gobierno del republicano Ronald Reagan ese país se había retirado de dicha organización (1984), y solo regresó en el 2003, durante la administración del también republicano George W. Bush. Es decir, la Unesco por sí misma no ha sido totalmente del agrado de los Estados Unidos, por diversas razones; primero por una supuesta “política antinorteamericana” y ahora porque el presidente Donald Trump considera que allí se incuban sentimientos en contra de Israel y a favor de los palestinos.
La realidad es que una organización como la Unesco tiene la gran responsabilidad de establecer y consolidar un diálogo entre las culturas que, en muchos casos, pueden resultar en cierta manera antagónicas a los objetivos de la política y de la economía de las grandes potencias. Los objetivos de la Unesco en el mundo no pueden ser de ninguna manera hacia la creación e impulso de hegemonías, ni hacia la exclusión, sino que por el contrario debe velar por el respeto de la diversidad y hasta por su fomento.
Lo que ocurre hoy está enmarcado en un propósito del presidente estadounidense orientado a mostrar su desprecio por el multilateralismo, y por todo aquello que vaya en contra de su estilo autoritario y nacionalista. Es lo mismo que ha pasado con su caprichosa y malsana actitud de ir en contravía de los propósitos planteados en el Acuerdo de París para hacerle frente al fenómeno del Cambio Climático. Gracias a esa actitud, el resto del mundo tendrá que soportar que mientras la gran mayoría de países trabaja para controlar los gases de efecto invernadero, uno de los países más contaminantes del planeta persista en su actitud contaminante.
Decisiones como la asumida frente al Acuerdo Nuclear con Irán, en el que Estados Unidos había contado con el acompañamiento de la Unión Europea, y que garantizaba el fin de la escalada armamentista del país del Medio Oriente, no solo evidencian el talante arbitrario de Trump, sino que ponen en riesgo el futuro en paz del mundo. De la misma manera, sus formas agresivas y desafiantes ante otro líder con similar forma de comportarse como Kim Jong-un, de Corea del Norte, tiene en vilo al mundo entero. La forma como actúa el presidente norteamericano constituye, sin duda, un riesgo permanente que debería recibir un rechazo internacional más contundente.
Su forma egoísta de gobernar, en la que se desprecia al otro por el mero hecho de serlo, se refleja en otras situaciones como en su deseo de excluir a México del Tratado de Libre Comercio que comparte Estados Unidos también con Canadá (TLCAN). Eso, unido a su idea de construir un gran muro en los límites de su país con la nación latinoamericana, evidencia una actitud xenófoba y discriminatoria en contra de todos los países que estamos al sur del Río Grande. Las minorías étnicas, sociales, sexuales, políticas y culturales de los Estados Unidos y del mundo no pueden esperar mucho de un líder estadounidense que solo quiere imponer su criterio a toda costa.
Tenemos hoy una crisis del multilateralismo que es profundizada, principalmente, por la manera en la que actúan hoy los Estados Unidos. Escenarios como el G-7 y el G-20 han perdido fuerza, la reaparición de los nacionalismos en varias partes de Europa y una creciente tendencia hacia el proteccionismo económico en diversos ámbitos de la economía mundial, en contravía de la globalización, no es más que el reflejo de un odioso estilo de gobernar que Trump se propone a imponer por encima de todo.