Fecha Publicación - Hora

Es loable la iniciativa de impulsar jornadas de convivencia desde el Ministerio del Interior, en procura de que las barras de los equipos de fútbol no se agredan, pero los hechos demuestran que hay improvisación. Antes de lograr que la violencia se acabe en los estadios y fuera de ellos con campañas basadas en solo buenas intenciones es necesario trabajar con los miembros de esos grupos en programas bien estructurados, en los que se enfatice en el goce de la fiesta deportiva sin violencias. De otra forma, estaríamos pensando solo en una supuesta convivencia artificial que no conduce a nada.
La realidad del pasado lunes, cuando el Once Caldas recibió al Atlético Nacional y se dejaron fronteras abiertas para los hinchas del equipo antioqueño es que la Policía reportó 10 riñas entre miembros de las barras, además de daños a bienes privados y generación de pánico entre manizaleños a quienes les tocó ver las riñas y sentirse en riesgo. Así, el llamado Clásico de la Convivencia fue un episodio antagónico a lo que se esperaba, y los barristas dejaron claro que no están preparados para dejar atrás sus agresiones. Incluso se llega al colmo de que vehículos, por no tener placas de la ciudad, son atacados.
No es admisible que para un simple partido de fútbol las autoridades tengan que ejecutar operativos de seguridad de dimensiones exageradas, con la participación de la Policía y el Ejército, como si todos los aficionados fueran criminales que podrían cometer toda clase de abusos si actúan en libertad. Ahora bien, para no tener que militarizar completamente la ciudad primero habrá que tomar medidas más efectivas contra los barristas violentos. Está claro que no es posible confiar en la sensatez de sus miembros y que pueden más los bajos instintos y los odios viscerales que la voluntad de actuar correctamente.
Lo que le pedimos al Ministerio del Interior es que, después de las promesas incumplidas acerca de la instalación de cámaras de identificación facial y sistemas de biometría en los estadios, se concreten esos proyectos y se avance en la carnetización de los hinchas, de tal manera que a los que se sobrepasen se les pueda sancionar de manera real. En este tipo de asuntos una pedagogía bien estructurada debe acompañarse con castigos severos a quienes insistan en los desórdenes y causen peligros a la ciudadanía. La disculpa de los líderes de las barras no puede ser que es un asunto de menores de edad.
También es vital que los clubes de fútbol asuman una mayor responsabilidad en la manera como se controla a sus seguidores. No se pueden limitar a usar los escenarios de la ciudad, como es el caso del Palogrande de Manizales, mientras que se ejecutan costosos operativos de seguridad en el estadio, descuidando la vigilancia en el resto de la ciudad. Hemos visto cómo en otros países los clubes asumen tareas directas que garanticen la asistencia de público a los estadios, además de controlar a los aficionados. En Colombia tenemos que avanzar en ese sentido.

El objetivo de todos tiene que ser que las familias vuelvan a los estadios a acompañar a sus equipos, sin que eso signifique exponerse a la violencia. También es fundamental que no sea necesario militarizar las ciudades, y menos aún que la gente prefiera quedarse encerrada en sus casas por el temor a resultar afectada por la violencia. No puede ser que la realización de un partido de fútbol siga siendo un anuncio de terror. Así que, antes que seguir haciendo jornadas de falsa convivencia hay que trabajar en serio con los barristas para que aprendan a disfrutar sin abusar del resto de ciudadanos.