Hace meses fue tendencia mundial en redes sociales la foto de la excanciller alemana Ángela Merkel en un supermercado realizando las compras para su casa. El énfasis de la noticia era la sencillez y normalidad de una persona con su cargo, en un sitio del común, compartiendo con los demás ciudadanos, situación muy ajena a los políticos de nuestro Colombia, quienes son como los muñecos de torta, no les caben más trajes y corbatas, a veces cuando los observamos no sabemos sin son políticos o modelos de pasarela.
Algunos afirman que, a pesar de independizarnos en 1810 de los españoles, ellos se fueron, pero nos dejaron sus costumbres monárquicas; en nuestro país se habla de primeras damas, a quienes además se les da una importancia y hasta unos poderes como si estuviésemos en la presencia de una reina, se olvida que la propia Constitución en el artículo 126 claramente prohíbe posesionar u contratar a la cónyuge o compañera permanente de los servidores públicos.
En muchos lugares, a las sedes de las alcaldías y de las gobernaciones las llaman palacios municipales, como si en ellas viviera un rey. Peor aún, muchos empleados públicos de elección popular se creen reyes, basta con mirar los carruajes para darse cuenta que entre más grande el carro, más imponentes se ven, y si pueden llegar con 3 o 4 vehículos de más, no quedaría nada mal.
A algunos les encanta hasta que les abran las puertas, verlos bajar es la mejor pasarela de Colombia, parecen pavos reales, algo muy distinto a verlos en campaña donde los tenis y los jeans son el común denominador, sin embargo, es más cómico ver al pueblo, esos ciudadanos del común que ante la presencia de los mismos sigue colocando mesas con flores, manteles blancos y hasta la vajilla que solo se saca para personalidades, el pueblo motiva el pensamiento monárquico.
Somos testigos de la banda roja del expresidente para ir a votar el día de elecciones, de la orden en el Congreso de la República de no permitir el ingreso de personas sin traje y corbata, somos el país de la decoración en cuadros y obras de arte para la casa presidencial, de los retratos para los ex de cualquier cargo de elección popular, somos la Colombia del traje y el vestido de gala, de los cocteles, de los clubes para presentar en sociedad, de los protocolos en las reuniones, muchos veces más largo el saludo de cada personalidad que la reunión en sí.
Somos los que seguimos votando por políticos que son nietos o hijos de expresidentes, somos el país que habla de riqueza y esconde la pobreza como en muchas ciudades de Colombia, que le ponemos escolta oficial a un perro, que utilizamos los aviones y helicópteros del ejército para dar un paseo o llevar de fiesta a los hijos de los presidentes, que enseñamos inglés en las escuelas y negamos las lenguas nativas de nuestros ancestros raizales, somo el pueblo que pide cemento para las vías o calles reales, pero descuida sus abuelos y niños,  somos un país que olvida la ineficacia administrativa de muchas entidades territoriales con una buenas fiestas patronales. Por ello y mucho más somos eso, el país de los políticos y los muñecos de torta.