Partiendo de la relación que existe entre la persona y el ambiente, podemos pensar en el impacto generado en el planeta no como una forma de responsabilizar al individuo por la amenaza global que conlleva la contaminación, sino porque dicha relación hace parte del problema y se suma a las emisiones contaminantes producidas por grandes organizaciones que son causa principal de la situación.
El desarrollo sostenible ligado al concepto de justicia social propone algunas acciones concretas que son la base de un comportamiento amigable con la vida del planeta: el ahorro de recursos no renovables, el reciclaje comunitario, organizacional, familiar e individual; producción y consumo de productos ecológicos, la reducción de residuos y desechos, tanto como el control de la contaminación en distintos niveles.
La necesidad de generar conductas sostenibles aporta a una gestión ambiental en la que se involucra la conciencia de salvar al planeta y vivir en armonía con todas las formas de vida; y en ese orden de ideas, la psicología ambiental tiene mucho que aportar. Ante todo, son conductas que deben ser planeadas, responsables y perfectamente integradas a los procesos vitales de las generaciones actuales y futuras. Conductas que nacen de una actitud favorable a la vida en el planeta en perspectiva antropocéntrica y ecocéntrica, algunas tendientes a la gestión de residuos sólidos y líquidos, al uso de energías limpias, a la percepción completa del circuito de producción y al activismo social-ambiental.
Reducir las actitudes apáticas frente al planeta es el objetivo, para esto se formulan iniciativas a nivel individual, grupal y social con la capacidad de generar impacto positivo en este sentido, ya que es el hacer y no solamente la recepción de información lo que puede marcar una diferencia significativa en el aprendizaje del conservacionismo ecológico. Algunas de esas actividades concretas pueden convertirse en propuestas de gestión ambiental en la medida en que se articulen a algunos de los objetivos del desarrollo sostenible.
Iniciativas como las 3 Rs (reducir, reusar y reciclar) contribuyen de manera efectiva al uso seguro de las basuras. Los sistemas de reutilización del agua en labores de limpieza, riego y jardinería han resultado ser beneficiosas en muchas comunidades. El aprovechamiento de materiales de lata, plástico, papel o cartón transforma de manera creativa los entornos y reduce los desechos. La fabricación de composta y abonos a partir de la materia orgánica es otra gran iniciativa para la fertilización de los cultivos y la nutrición del suelo. Aprender a construir economizadores de agua, filtros, o jabones ecológicos puede marcar la diferencia frente a comunidades sin un sentido de pertenencia ambiental.
Otras actividades que se pueden desarrollar tienen que ver con la creación de microclimas naturales, estos que embellecen el hogar y la familia, pero que pueden extenderse al florecimiento del barrio, el conjunto residencial y el vecindario. Los programas de reforestación son beneficiosos cuando se recibe una asesoría técnica que asegura una siembra planeada. Además, los programas de consumo responsable se convierten en programas educativos con un potencial enorme para transformar las prácticas de los individuos y sus familias en aspectos tan sencillos como evitar el uso de los desechables.
Podría hablarse de muchas iniciativas más como las que consideran el cuidado de los animales, el arte ecológico, seguridad alimentaria y energética, proyectos de nutrición saludable, la investigación ambientalista, políticas públicas e incluso la animación a la conservación desde la economía verde. Lo importante es que más allá de las estrategias, estemos dispuestos a embarcarnos en esto, a contribuir haciendo una donación real en tiempo, talento o financiación que permita salvar la vida del mundo como si fuera nuestra propia vida.