Últimamente, cuando escribo sobre mis amigos y amigas, lo hago desde un ventanal donde veo un vasto horizonte vacío, y la ausencia me dicta frases que hilo rápidamente para no perder el mensaje. En esta oportunidad escribo sin distancias, recibiendo de la vida otro tipo de dictado.
Ángela Botero es una mujer que admiro y le agradezco que me dé la oportunidad de mirar hacia arriba. En este mundo hay mucha gente criticable y frágil, así que admirar es un ejercicio que le hace bien al alma porque conforta, nos deja con la sensación de que hay más fuerza que adversidad, que puede más el talento que lo mediocre y que la honra y la gloria aún son móviles en este mundo ensimismado.
Le oí dos apartes de su vida en uno de los viajes que hemos hecho a Bogotá, que me parece reflejan a esta mujer de interesantísima hoja de vida. La llevaron a El Carmen de Viboral a prender de nuevo los hornos para cocer la famosa cerámica azul y blanca, que los había apagado una serie de circunstancias. ¿Quién acepta un encargo de esta magnitud? ¿Una sobrina del padre Nazario Restrepo, aquel filósofo griego en sotana, fundador de pueblos quien tuvo por alumnos a Silvio, Fernando y a Eliseo en el Instituto Universitario hace 100 años y del cual mi abuelo Aquilino Villegas decía que, para conocerlo física, moral, intelectual, científica y artísticamente, era preciso mirar hacia arriba? ¿O de dónde saca esta mujer la fuerza, el ánimo, la perseverancia y las ideas para estructurar una estrategia y convencer a una comunidad apática para cambiar? ¿Cuántos factores combinó Ángela exitosamente en esa iniciativa? Reemplazó esta gran mujer a una trabajadora social, una relacionista, una economista, una socióloga, una psicóloga porque los saberes de cada una de estas profesiones, las combina en función de animar a una comunidad para que retome una senda productiva. Mas creo que el potencial de Ángela no está en sustituir profesiones, sino en su único don de gentes. Ella sabe hablar con franqueza y claridad, pero sobre todo sabe escuchar. Ella establece una familiaridad en muy corto tiempo con las personas que trabaja, facilitando así que la gente acuda a sus puntos de vista.
¿Cuántas charlas tuvo, ya terminada la jornada, para volver a animar a la gente que se estaba desanimando con un revés?
Otro episodio interesantísimo fue cuando doña Lina, esposa del presidente Uribe, la llamó para que rescatara la tradición de tejer en La Guajira. El Carmen es Antioquia y es como estar en otro cuarto de nuestra casa, ¿pero La Guajira? Mientras me contaba, me acordaba de otro lejano pariente, Eduardo Londoño Villegas, que se fue a La Guajira en los años 40 del siglo pasado y fundó la población de Uribia.
El trabajo aquí fue muy diferente, porque el hilo rojo que atravesaba el tema era el choque cultural que vive esta gente desde hace 500 años logrando, más, sin embargo, una adaptación que no ha permitido que el pueblo wayuu desaparezca. Conversando Ángela me interrumpe y atiende el teléfono para después de media hora retomar el hilo de nuestra conversación, y alegre me comparte que la llamó una amiga de La Guajira con la cual no había hablado en ese año. ¿Qué vínculos estableció esta mujer manizaleña con estas guajiras, que surgió una profunda confianza? Contaba Ángela Botero que ese trabajo fue, al principio, muy difícil. La adaptación a otro clima y comida no la afectaron, fue la desconfianza y la resultante apatía la que hubo que vencer pudiendo avanzar solo con pasos menudos, muchas veces asfixiantes para esta dinámica y rápida filósofa y abogada, porque esas son las profesiones de Ángela Botero Restrepo. Las mochilas coloridas que vemos en la calle son producto de los desvelos de Ángela Botero.
Miro a Ángela y trato de ubicarla en una generación. Por edad podría pertenecer a la de la paz y el amor, ya que sus atuendos, en ocasiones, son floridos y alternativos, pero sí analizo sus planteamientos políticos y su afecto por lo católico, la familia y lo cívico y dudo de ubicarla en ese rubro y me convenzo que no hay casilla para esta gran amiga. Lo que sí veo en ella son actitudes muy manizaleñas, esas que nos enorgullecen y diferencian del resto del país y de la región. Tenemos los manizaleños unos valores que nos ensanchan el alma y nos pulen la forma de pensar y, sobre todo, la forma de ver la vida. Pienso que el manizaleño que no piense cívicamente, podrá tener cédula de acá, pero no encaja en esta ciudad. Digo esto a pesar de que existen muchas cédulas y la ciudad se está perdiendo porque unos pocos se la están echando al bolsillo y una mayoría no actúa para salvarla.