Carlos Arturo Torres (1867-1911) fue un escritor, abogado y diplomático liberal cuya invitación a la crítica racional y a la moderación deberíamos aceptar hoy en día. Fue testigo de la forma en la que el sectarismo y el comportamiento gregario terminaron erosionando las posibilidades de compromiso político. La Guerra de los Mil Días, que retrasó el ingreso de Colombia al siglo XX, evidenció el triunfo de las facciones más radicales de cada partido. Carlos Arturo Torres era voz de la moderación, pero esta no fue escuchada.
Seguramente, muchos lectores de estas líneas jamás habían escuchado o leído sobre Carlos Arturo Torres. Debo reconocer que yo tampoco lo conocía hasta hace unos días cuando participé en un coloquio dedicado a la discusión de su obra Idola Fori, además de otros textos de algunos pensadores representativos de una tradición liberal que, entre escéptica y realista, desconfía de los grandes modelos racionalistas que buscan moldear el mundo en lugar de reconocerlo en su pluralidad para aprender a vivir y a convivir en él. La moderación política e intelectual de Carlos Arturo Torres se nutrió tanto de la serenidad del paisaje boyacense de su natal Santa Rosa de Viterbo, como de una carrera diplomática que lo llevó a ver las cosas desde la distancia.
Es una pena que este pensador liberal, agudo y erudito, alejado tanto de las supersticiones reaccionarias como de las quimeras revolucionarias no sea ampliamente conocido entre nosotros. Carlos Arturo Torres merece tanto o más reconocimiento como el de figuras como Salvador Camacho Roldán, Manuel Ancízar y José María Samper. También es justo que recordemos a Torres como uno de los principales contradictores, al interior del Partido Liberal, del General Rafael Uribe Uribe con quien, como periodista, colaboró en la dirección del periódico El Republicano. Era un hombre de ideas, a las que no dudaba en considerar como la fuerza motriz de las sociedades. Según él: “el hecho sale de la idea como la vida del germen”. Carlos Arturo Torres no aconsejaba valorar a Colombia desde el sectarismo. Le parecía equivocada esa actitud plañidera, presta a exagerar los males del país y a menospreciar sus virtudes, sobre todo en función del gobernante de turno.
Idola Fori es el título de un conjunto de ocho ensayos escritos en 1909. Los ídolos del foro eran –haciendo referencia a Bacon- aquellas supersticiones políticas que siguen ejerciendo influencia o “imperando en el espíritu” aún después de que su falsedad ha sido puesta en evidencia por la crítica racional. Lo que Carlos Arturo Torres nos pide es no renunciar al escrutinio crítico, a la “trágica zozobra de las demoliciones interiores” a la que debemos someter las creencias basadas en idolatrías de la tradición, la fe o el cientificismo determinista. En sus idolatrías, las banderas extremas son indistinguibles.
El comportamiento gregario hace que los conflictos persistan más allá de la vigencia de las razones que los originaron. El fanatismo y el sectarismo se nutren de la dificultad para apreciar los matices. “Para el criterio simplista de los salvajes no existe sino lo bueno y lo malo, lo blanco y lo negro, sin que sus sentidos rudimentarios puedan apreciar las infinitas transiciones, las innumerables graduaciones de luz y de cualidad que caben dentro de los dos términos extremos”. Sin el cultivo de nuestra capacidad para distinguir matices no son viables la moderación y el compromiso político. Tampoco la convivencia. Es importante tener convicciones. Toda convicción -afirma Torres- es un impulso fecundo. Sin embargo, ese impulso no debe ser ciego sino, “el resultado de la crítica libre e ilimitada”, capaz de sopesar y moderar.