“Filosofía Felina. Los gatos y el sentido de la vida” (2020) es una de las obras más recientes del filósofo inglés John Gray. Es un texto divertido y profundo a la vez. Es una obra de filosofía, pero también, tiene algo de libro de historias. Algunas de ellas vergonzosas para los humanos. Toda persona que tenga un gato o haya convivido con uno, estaría de acuerdo con la afirmación según la cual, esos bellos felinos son seres cubiertos por cierto halo de misterio. En realidad, no son tan misteriosos, simplemente viven sus vidas sin hacer planes, haciendo solamente las cosas que les reportan placer inmediato. Con excepción de las circunstancias que les resultan amenazantes, “la felicidad -dice Gray- es ese estado en el que se instalan por defecto”. Una felicidad que a los humanos nos cuesta tanto lograr. Quizá precisamente por eso -añade Gray- a muchos nos atraen los gatos.
Es obvio que los gatos piensan y son muy inteligentes. Sin embargo, carecen de pensamiento abstracto y por eso, no están interesados en cosas como la religión o la filosofía. Además, no las necesitan. La filosofía y las religiones -dice Gray- provienen de nuestra ansiedad. Los humanos -a diferencia de los gatos- no nos instalamos por defecto en la felicidad. Al contrario, el mundo por lo general nos resulta amenazante. La filosofía y la religión “tratan de conjurar el pertinaz desasosiego que acompaña al hecho de ser humano”, dice nuestro autor.
La carencia de pensamiento abstracto en los gatos no es una muestra de inferioridad. Según Gray, es una “marca de su libertad mental”. Para los humanos, muchas veces el desparpajo con el que los gatos viven sus vidas es motivo de envidia. Por eso, muchos han llegado a odiarlos e incluso, a verlos como criaturas demoníacas. Hace apenas algo más de tres siglos, en Francia, muchas festividades religiosas terminaban con un gato en la hoguera. Incluso -cuenta Gray- era costumbre quemar un saco con gatos vivos. En buena parte de Europa los gatos eran vistos con sospecha y el resultado de esa sospecha era la crueldad.
Los filósofos han hablado de la felicidad. Los gatos la viven. Los filósofos y los humanos pueden llegar al punto de no soportar estar a solas consigo mismos. Ese no es el caso de los gatos. Los filósofos han desarrollado ideas y teorías éticas. Las ideas acerca de cómo vivir y qué es lo correcto tienen mucho que ver con las imágenes que los seres humanos nos hemos formado de nosotros mismos y con ideas para mejorar el mundo. Los gatos en cambio no construyen imágenes de sí mismos. De hecho, ven su propio reflejo con indiferencia. El gato, sin duda, es capaz de distinguirse del mundo que lo rodea. Sin embargo, lo que interactúa con el mundo es el gato en sí, no un ego al interior del gato. La ética felina -afirma Gray- “es una especie de egoísmo sin ego”. Los gatos no sienten culpa o arrepentimiento. Tampoco buscan mejorar el mundo. Viven en el mundo tal como es.
Los gatos saben querer, pero no sufren las contradicciones y defectos del amor humano. Por eso, tiene mucha razón Gray cuando afirma que, en ocasiones, perder el amor entre una persona y un animal puede ser más devastador que la pérdida de un amor humano. Al final del libro, Gray nos advierte: Los humanos son humanos y los gatos son gatos. La diferencia es que los gatos no tienen nada que aprender de los humanos. En cambio, nosotros sí podemos aprender de los gatos.