Este año que termina fue difícil e inédito para la institucionalidad nacional. El expresidente Darío Echandía dijo alguna vez que nuestra democracia era un orangután con sacoleva; es decir, palabras más, palabras menos, la brutalidad torpe matizada por los rituales del formalismo y las buenas maneras.
El año que concluye nos mostró lo que sucede cuando esas formas y maneras se pierden y solo queda el orangután. Es así como hemos sido testigos de un presidente de la República descalificando al presidente de la Corte por su color de piel y sus ideas políticas, o calificando a algunas mujeres periodistas como prepagos, o maldiciendo a los congresistas por negar un proyecto de ley, o descalificando al Consejo de Estado por cumplir sus funciones constitucionales de controlar a la Administración en sus fallos, o comparando con Pablo Escobar a las empresas de generación eléctrica, o irrespetando a las audiencias llegando tarde o no llegando, o defendiendo en sus trinos a un eventual embajador que manifiesta conductas degradantes sobre las mujeres, y así, un largo etcétera de posturas que han despojado el ejercicio del poder de esa majestuosidad que le era inherente, en el cual se guardaban las formas en el trato institucional y con los ciudadanos.
Evidenciando una forma de gobernar en donde prima la improvisación, la falta de preparación para los temas, la defensa permanente de lo indefendible, la incapacidad de llevar a cabo esa multiplicidad de ideas que se lanzan a diestra y siniestra, los discursos en los que habla de todo y de nada, como lo evidenció en forma impactante un congresista de San Andrés, y esa forma de descalificar a las otras ramas del poder público porque lo controlan o toman decisiones distintas al querer del presidente.
La verdad es que por más que lo niegue el país ya adivina un espíritu autoritario en el presidente Petro.
Es una persona que no soporta que alguien no piense como él, que nunca asume responsabilidades y siempre tiene un culpable para señalar por todo lo que ha dejado de hacer o ha hecho mal, un personaje poco sereno que reacciona emocionalmente sin pensar mesuradamente las cosas, un personaje lleno de sesgos y prejuicios, incapaz de entender los hechos sin cernirlos antes por el cedazo de una ideología ciega que le hace ver el mundo en blanco y negro, incapaz de ver matices.
Un personaje dogmático, intolerante, que ve la democracia como un mal necesario y que sueña con que el pueblo se vuelque a las calles asustando al país para que él pueda sentirse vocero de esas muchedumbres y así ejercer el poder sin límites ni controles.
Los colombianos debemos estar alerta porque a medida que se acerca el fin de este mandato el presidente se puede desesperar por la falta de resultados y por la ausencia total de un legado, y su forma de ser lo puede llevar a incentivar desórdenes o acciones desesperadas.
En el 2025 necesitamos ciudadanos alerta, militantes con la democracia y conscientes de su responsabilidad con el futuro de nuestro país.