Una vieja expresión dice que “no se puede moler con yeguas”. Por supuesto que la gente de las más recientes generaciones no tiene por qué saber qué quiere decir eso. Se refiere a que en las antiguas estancias paneleras había unos fondos donde iba quedando el guarapo, cuando el trapiche molía las cañas y les extraía el zumo. La operación se ejecutaba con la acción de bestias que, uncidas a guaduas, daban vueltas alrededor de los fondos. Esta forma de operar el trapiche después se realizó con motores de gasolina y más tarde con energía eléctrica, cuando llegó a las zonas rurales, para relevar a las bestias de tan duro como aburrido trabajo. Cuando los equinos cumplían la tarea, el ideal era ejecutarla con mulas, porque las yeguas, cuando orinan, forman un arco que salpicaba a los fondos, contaminando el guarapo; mientras que las mulas tiran el chorro derecho, vertical. De ahí surgió la idea de no moler con yeguas, extensiva metafóricamente a otros oficios, incluida la administración pública, cuando los gobernantes requieren de asesores para cumplir determinadas tareas o adelantar proyectos que exigen experticia en la ejecución, para que sean exitosos. Funcionarios como el presidente de la república, ministros, gobernadores y alcaldes, así como las cabezas de sectores específicos de la administración pública, deben tener, como mínimo, información y conocimientos panorámicos de las obligaciones que tienen que cumplir. Pero como no pueden, dada la cantidad de responsabilidades, repicar y andar en la procesión” (expresión muy oportuna en vísperas de Semana Santa), requieren de equipos de asesores que conozcan el meollo de las tareas a realizar.  
Uno de los líderes más destacados durante el recorrido político de Colombia en el siglo XX fue Alfonso López Pumarejo (1886-1959), dos veces presidente de la República (1934-1938 y 1942-1945), quien inició su primer mandato con un equipo de colaboradores que llamó “audacias menores de 40 años”. Uno de ellos, Alberto Lleras Camargo (1906-1990), de apenas 28 años para entonces. López nombró gerente de la Federación Nacional de Cafeteros a don Manuel Mejía Jaramillo (1887-1958), quien había quebrado como comprador y exportador de café en Honda, circunstancia que, según López, le acreditaba la experiencia requerida en la actividad cafetera; y era un ciudadano pulquérrimo en sus desempeños de negocios. En ejercicio de sus funciones presidenciales, ese personaje, el presidente López, solía decir que cuando quería saber qué pensaba el país, se iba para Medellín a tomarse unos whiskies con los empresarios, en el Club Unión. Así es como los verdaderos estadistas, estructurados y doctos, han formado equipos de trabajo y consultado experiencias, para acertar en su desempeño. En tiempos de López, los asesores del gobierno no eran cuotas burocráticas paralelas, para pagar favores de apoyo y financiación de campañas. Ahora, por lo visto en el trámite de las audaces reformas del gobierno del cambio, el Presidente está “moliendo con yeguas”.