Hay asuntos vitales para la sociedad actual que dejan poco espacio para añoranzas. Éstas quedan para la literatura y las constancias históricas. Aquéllos requieren acometerse sin espera, si se quiere evitar una catástrofe universal, que arrasaría con todo lo construido por generaciones anteriores. Mientras emprendedores, creativos, pensadores, científicos, investigadores y maestros se han ocupado de implementar lo necesario para mejorar al hombre y su entorno natural y social, a través de la creación e implementación de los elementos a su alcance, otros actores, ambiciosos, arrogantes y mezquinos, sólo buscan el lucro, el hedonismo y el poder, para lo cual, como en la lucha libre, todo vale.
Por ciclos irregulares aparecen innovadores que proponen cambios sustanciales en la forma de vida de los seres vivos: humanos, animales y vegetales. Algunos de esos “mesías providenciales” de facto, que por mala fortuna de las comunidades de todo el mundo han prosperado, trastornan la escala de valores, relacionada con bienes fundamentales como la agricultura, el trabajo productivo, la educación, la solidaridad con los congéneres, el respeto y protección debidos a la Naturaleza, la sana convivencia y la tolerancia frente a las diferencias: raciales, ideológicas, filosóficas…, para priorizar el monetarismo, codicioso y especulativo, y la explotación de bienes perecederos para la producción industrial y la generación de energía, haciendo a un lado la lógica de la supervivencia de las especies.
Esta figura tiene un ejemplo a la mano y es la utilización de químicos para la fertilización de la agricultura, desechando la idea de la retroalimentación de las plantas con sus propios elementos no utilizables en la gastronomía (cáscaras, hojas, etcétera) y con malezas erradicadas, que se identifican como abonos orgánicos. Fertilizantes y fungicidas encarecen la producción agrícola, eliminan puestos de trabajo, para simplificar los procesos con mínima mano de obra; reducen los recursos alimenticios de las aves y los insectos y matan especies de éstos indispensables para la conservación de los suelos y la polinización, que garantizan la producción agrícola, el equilibrio climático y la pureza del ambiente.
Lamentablemente, un enfoque económico, supuestamente innovador, prioriza la especulación monetaria, la industrialización sin miramientos ni consideraciones con el medio ambiente y la inversión de los valores humanos, para que los objetivos que se les inculcan a niños y jóvenes a través de sistemas de comunicación cada vez más agresivos estimulen el consumismo, la vida fácil, el enriquecimiento rápido y el ascenso al poder de quienes tienen vocación política, sin impedimentos éticos ni escrúpulos sociales.  
En el panorama mundial son cada vez más ostensibles las rebatiñas de los países poderosos por apoderarse de los mercados, sin que nadie impida que dejen en la miseria y sin recursos naturales a las naciones débiles; las garroteras de grandes capitalistas por adueñarse de los negocios más rentables; las aspiraciones de los estudiantes por adquirir títulos más que por acrecentar conocimientos; y la mediocridad intelectual y moral de gobernantes, legisladores y jueces. Pero, de momento, es prioritario saber en qué parará la pelea de la cantante con el futbolista, a quienes les importa más el éxito comercial que el bienestar emocional de sus hijos.