El latino es por naturaleza emocional, repentista. Por eso en estos lares tropicales, de naturaleza exuberante y clima variable, impredecible, se dan más los artistas que los científicos; sobresale más la literatura que las matemáticas. Para muestra, las campañas políticas para escoger candidatos a cargos de elección popular, en las que el menú de aspirantes es tan variado como el que se ofrece en los comederos o templos del colesterol, aledaños a las plazas de mercado. 
En los resultados de encuestas que realizan los medios de comunicación, para auscultar las tendencias ciudadanas de aceptación o no de tal o cual asunto que atañe a la comunidad, el indicativo que prevalece, latente entre líneas de las cifras pretendidas, es que la gente es sangriligera, emotiva, para confirmar que para la idiosincrasia tropical es más apremiante lo urgente que lo importante. Lo ideal sería analizar las propuestas de candidatos a administrar el destino social de la comunidad y los bienes públicos con más realismo y menos frivolidad.  
El sistema democrático impone el respeto a los resultados electorales; y los dictados constitucionales les dan a los elegidos la potestad de escoger a sus cercanos colaboradores, protegidos de eventuales equivocaciones por la figura de “libre nombramiento y remoción”, para hacer los cambios que a su criterio sean oportunos y convenientes, o necesarios. Lo anterior supone la lealtad y sumisión de los subalternos a las directrices de los gobernantes. Esto no excluye la opinión, favorable o no, de los miembros del equipo administrativo del ejecutivo, en relación con las medidas que pretenda tomar, porque esa es parte de su tarea. Pero es de elemental cortesía hacerlo en forma discreta y en privado. Los subalternos que ventilan discrepancias con sus jefes a través de los medios de comunicación, con más intenciones protagónicas que deseos de ayudar, cometen un acto de rebelión. Ahí se aplica la sentencia de Jesús de Nazaret: “El que no está conmigo está contra mí”. Entonces, menos trascendental pero pertinente en un sistema democrático, imperfecto pero vigente, opera a discreción: “El que manda, manda”.   
La profusión de medios de comunicación, apoyados en cada vez más eficientes equipos, más la avidez de los periodistas por conseguir información de impacto en el público receptor, seducen a funcionarios públicos, que no miden la trascendencia de sus declaraciones por el afán protagónico, e incurren en indiscreciones graves, como discrepar de sus superiores jerárquicos sobre asuntos que están en proceso de someter a la decisión de instancias decisorias, como el Congreso Nacional, por ejemplo. Esto genera desconcierto y estimula debates nocivos para el buen suceso de proyectos de ley que están en curso, y son de impacto trascendental en la comunidad. La discreción no menoscaba el derecho a opinar. Los funcionarios cercanos al poder tienen una responsabilidad adicional a los asuntos de su encargo y esa es procurar el buen suceso del gobierno, en beneficio de los gobernados, más que usar sus posiciones para catapultar aspiraciones personales.