En la población terrícola compuesta por ocho mil millones de seres humanos, en las cifras de quienes atienden la comunicación usando las redes denominadas redes sociales, que debiera tener otra connotación más acorde a los intereses de los creadores, impulsores y mantenedores, aparecen datos que revelan que YouTube tiene 2.300 millones de usuarios, Instagram cuenta con 1.121, Twitter con 350 y el moderno TikTok con 800 millones. No hay cálculos actualizados fidedignos de las personas que utilizan más de un mecanismo de los enunciados para recibir o entregar información. Todas las cifras tienen algún grado de incertidumbre.
La utilización de las redes es tan variada como son los intereses de quienes tienen como guía estos sistemas, ya sea en una completa identidad con ellas o adecuándose a métodos selectivos o ignorando los mensajes o datos que por allí se conocen. Los sistemas enunciados no son totalmente inocuos, ¡ni lo deben ser!,  por cuanto en algún momento quienes los utilizan adquieren preocupaciones y hasta enfermedad en un grado no determinado.
Está definido que estos sistemas han permeado infinidad, por no decir todas,  de conductas de las personas ante hechos reales o ficticios llegando hasta provocar una indecisión en los comportamientos  que debe asumir un ser humano ante otros de su especie o ante las obras que ellos crean e impulsan.
Su utilización ha llegado hasta la impertinencia de violentar la intimidad de las personas, durante las 24 horas del día llegando a ser lo último que reciban o envíen antes de conciliar el sueño, en los instantes finales de la vigilia, y son la primera voz o imagen que reciben, inclusive antes de ser conscientes de su existencia  personal.
Por lo tanto, quienes usan los se van  adaptando a una dependencia que puede llegar a suplir el criterio autónomo que debe imperar en las acciones de los seres humanos que ostentan con plena identidad su característica de especie.
Hay que tener en cuenta que los sistemas, los actuales y los futuros, son útiles en la medida en que han facilitado de una manera impensada hace unas décadas, las comunicaciones de toda clase; y no hay límites, siempre y cuando las coberturas lo permitan, para recibir o enviar información, en tiempo real o  virtual.
El problema radica en los contenidos de los mensajes entre los cuales se hallan los relacionados con la salud de los seres humanos y de los animales que de una u otra forma influyen en la ventura de las personas.
Se encuentran con frecuencia, no cuantificada, reales agresiones a la verdad de los hechos debidamente probados. Un ejemplo es la difusión para  la utilización de substancias, con variadas presentaciones, que pretenden curar o aliviar signos o síntomas de las enfermedades e inclusive se atreven a plantear el tratamiento para todo el proceso patológico. Todo en un frasquito con líquido, una cápsula o un ungüento. ¡Maravilloso!
Otro aspecto es la controversia inoportuna con el médico, una actitud que generalmente no se observaba antes de 1990. A lo que han concurrido diversas posiciones del ejercicio de la medicina, con un paciente más participativo y e información indiscriminada, al alcance de todos.
¿Doctor, usted por qué….? Si no hay un diálogo franco, directo, sin prisa y sin mecanismos evasivos, cuando es posible porque pueden existir limitaciones de tiempo, verdad y espacio, las relaciones médico-paciente pueden verse comprometidas, lo que constituye actualmente una interferencia inapropiada para el bienestar de ambos.
Es necesaria una relación médico paciente íntegra; de la rotura de ella se desprenden fallas que no convienen a ninguno.
Nota: El médico es su amigo, jamás su enemigo.