Antes de convertirse en el todopoderoso estratega económico de Hugo Chávez, en febrero de 1999, Jorge Giordani gozaba de algún reconocimiento en círculos universitarios. Cuando peleó con el régimen, en 2014, escribió un enrevesado documento exculpatorio, pero ya no había nada qué hacer. Giordani reposaría en el socavón de la historia como buen costurero del desastre venezolano.
Aunque hay que guardar las proporciones entre algún relieve personal que precediera a Giordani y el prestigio del actual ministro de Hacienda, José Antonio Ocampo, la historia en ocasiones soslaya las ejecutorias y juzga con demasiada condescendencia. Recuérdese que Ocampo fue copartícipe de una de las más grandes catástrofes económicas del siglo XX colombiano. Aún en ejercicio de su primer ministerio de Hacienda, en junio de 1997, escribió un ensayo titulado “Una evaluación de la situación fiscal colombiana”.
Un documento también enmarañado en cuanto a la estimación del crecimiento desbordado y desbalance del tamaño del Estado colombiano en los años 90 o muy consolador respecto del saldo de la deuda. Decía que un poco más de 16% del PIB era muy inferior a los estándares latinoamericanos y de los países desarrollados, cuyas deudas oscilaban entre 35% y 80% del PIB. A los pocos meses de entregar su cargo el país estaba oficialmente quebrado.
Bien haría Ocampo en evocar el episodio y ponderar los riesgos como ministro de Hacienda, ahora de un gobierno radical. La buena gestión financiera de un país en ocasiones no depende siquiera de variables internas, sino de factores hasta fortuitos o condiciones internacionales que apenas se pueden mitigar.
El gobierno Petro no solo parece ignorarlo, sino no importarle las consecuencias económicas de sus actos, prioriza la ideología por encima de la sensatez o actúa a contracorriente del sentido común de la economía.
No de otro modo podría entenderse que Ocampo tenga que estar resarciendo los daños de los torpedos y trinos de Petro y su gobierno. Como cuando sale a corregir que no habrá control de capitales o que no se “romperá” la regla fiscal para emitir títulos de deuda pública y comprar tierras. Sin embargo, su autoridad queda muy magullada, pues hace semanas dijo que “Colombia tiene que seguir exportando petróleo y explorar más gas” y luego una viceministra de Energía señala que “no habrá exploración nueva de hidrocarburos. Ahí no cabe lugar a duda. No comprendo qué parte de esa frase no ha podido entenderse”.
Ya no es solo entonces que el aumento de tasas de interés y los riesgos de recesión en Estados Unidos estimulen una salida de capitales, la fuerte devaluación del peso o el considerable aumento de los intereses y el servicio de la deuda. Es una larga lista de yerros, incertidumbres agravadas o políticas delirantes que terminarán por ‘quemar’ la figura de Ocampo.
Cubre desde una reforma tributaria que puede frenar la inversión y el empleo, una promesa de reforma pensional sin serio soporte financiero o una revanchista reforma a la salud. Incluso, una política de drogas o de ‘paz total’, pero con discursos de guerra, que pueden disparar la criminalidad en las regiones y desincentivar la economía.
Con toda seguridad, José Antonio Ocampo aceptó ser de nuevo ministro de Hacienda por razones altruistas. Pero lo que no calculó es que los torbellinos de la irracionalidad económica de un gobierno populista, como el de Petro, pueden arrasar al país, su prestigio y el más benévolo juicio de los anales de la historia. Cualquier cercanía con la suerte de Giordani es suficiente para decirle: ministro Ocampo, renuncie, por su bien.