“Donde hay poca justicia, es un peligro tener razón”. 
Francisco de Quevedo
La elección de Inacio Lula Da Silva en Brasil lo hace volver a la social democracia, dirigida por un hombre que salió de los sindicatos paulistas, convirtiéndose en un líder en Latinoamérica, que cuando gobernó, lo hizo respetando el Estado de Derecho, para configurar un gobierno que fue decente, honesto e incluyente en el país más grande de nuestra región, con una economía sólida, que lo dejó hasta la llegada del vulgar Bolsonaro, como la sexta más importante del mundo.
Fue apresado y le violaron todos sus derechos, hasta que salió libre y exculpado, sin limitación para volver a la política. Se lanzó y ganó en reñida competencia en unas elecciones, en las cuales Brasil clamaba justicia social, inclusión y desarrollo, principios que fueron ignorados por su antecesor y contrincante, un verdadero hazmerreír y payaso político, carente de escrúpulos, de ética, de principios elementales para gobernar con decencia y dignidad, a la única república que no tuvo guerra emancipadora del yugo portugués, porque fue un legado de Don Pedro a su hijo, cuando ellos conquistaron esa región del territorio americano.
Hoy muchos  en el continente tienen “saudade” de  gobiernos  violentos y clasistas, en los que el bienestar común no es una prioridad, porque el enriquecimiento de castas y grupos de poder se puede producir sin problema, cuando  prima la razón de la fuerza por encima de la fuerza de la razón, sin que importen las consecuencias para millones de personas abandonadas a su suerte, con una absurda determinación por expandir el territorio acabando la selva amazónica, para convertirla en extensiones inmensas de ganadería y explotación minera, con la pobreza que en las regiones donde eso pasa, deja la mano de la “derecha” más recalcitrante y retrograda que existe en el mundo civilizado de hoy, en el que priman los valores humanos y la protección de las reservas naturales, sobre la aplanadora que destruye lo que  toca, sin que eso les produzca vergüenza, en un mundo agobiado por la desigualdad, el hambre, el calentamiento global, la falta de oportunidades de trabajo para la gente y la ausencia absoluta del Estado en la protección de los más débiles, esos que sometidos al olvido, viven en condiciones infrahumanas, sin que los que los gobiernan sientan consideración, empatía o vergüenza.
Con el Brasil de Lula, prácticamente toda Latinoamérica ha girado a la social democracia, con algunas excepciones de extremismos de derecha como en el Salvador, o de izquierda, falsa por supuesto, como en Venezuela, Nicaragua y Argentina. La conformación de una gran comunidad latinoamericana puede ser aprovechada para convertir la región, el pulmón del mundo, en una región que pueda parecerse y actuar como lo hace la Unión Europea, para hacer viable la posibilidad de un mañana mejor para todos los que hoy están excluidos, los marginalizados, los  pobres de solemnidad, los abandonados a su suerte, en un mundo que tiene cambios  que afectan sin contemplación alguna grandes conglomerados, que sirven irónica y cínicamente para mantener los privilegios de los privilegiados de siempre, que no quieren entender que si no cambiamos estaremos dando un salto sin retorno al comienzo del fin de un planeta viable y justo.
Los grupos de extrema derecha hacen todo lo que está a su alcance para impedir los cambios, porque les quitan algunos de “los privilegios” que tienen, obligándolos a pensar en todos sus compatriotas, con criterios incluyentes, que permitan la coexistencia de ricos, muy ricos, que no sobran, con pobres que son una vergüenza para la humanidad, en esa marginalidad que es necesario erradicar para poder tener un mañana más viable y prometedor para todos.
Ver a los grupos de extrema derecha haciendo lo que criticaban de los otros cuando tenían el poder, con marchas que dicen son no violentas, es una demostración clara de que los violentos que infiltraron las marchas en todas partes, son participes de esa “derecha” obsoleta y sin tripas, a la que no le importa el bien común, sino los privilegios a los que están acostumbrados y con los cuales han manejado la debacle de muchos países, sin que les importe un pito.
 Curiosamente hablan de izquierda, sin saber bien lo que dicen, olvidando que sus manos diestras, lo son gracias al imperio de su hemisferio cerebral izquierdo, que gobernando sus actividades “derechas”, los hacen torcidos, inescrupulosos, inhumanos, cínicos y crueles. Tenemos que respetar al contario y su ideología, para no caer en la trampa de las disputas políticas, sabiendo que el dictado popular dice bien: “Que entre gustos no hay disputas, aunque entre ellas haya disgustos”.