Toda persona asume de manera diferente el duelo, los escritores lo hacen escribiendo. La nobel Chimamanda Ngozi Adiche escribió Sobre el duelo, para darnos cuenta de su tristeza por la muerte de su amado padre; Piedad Bonnet nos contó de la dura muerte de su hijo y de manera aleccionadora en Lo que no tiene nombre; y Rosa Montero escribió esa declaración de amor y de ausencia titulada La ridícula idea de no volver a verte, donde habla además del duelo que en su momento vivió Marie Curie, para darnos cuenta de cómo perdió a su esposo y el inmenso vacío que le dejó.

La mexicana Mónica Lavín, a quien tuvimos la fortuna de escuchar antes de la pandemia en ese milagro que hace posible la Universidad de Caldas, que es la Feria del Libro de Manizales, también encontró en el relato de no ficción la mejor manera de hacerle frente a ese vacío infinito que deja la pérdida de los padres. Ambos murieron con apenas un año de diferencia y el duelo es perenne en estos casos.

Los últimos días de mis padres hace recordar el título de Joel Dicker de esa dura novela sobre la Segunda Guerra Mundial, Los últimos días de nuestros padres, en la que el amor a los padres provoca la idea de venganza y también la hecatombe, la ruina de un gran amor. No obstante, poco tiene que ver una obra con la otra, lo que Lavín nos presenta en su testimonio o confesión, como prefiera llamarlo, es una manera de dejar la piel en cada palabra, en cada recriminación, en cada recuerdo, en cada lágrima derramada mientras escribía.

Una especie de prefacio nos da el tono de lo que se va a encontrar el lector en las páginas interiores:

“Antes de que la sombrilla del tiempo cubra los detalles, antes de que su voz se borre por completo, antes de que yo misma sea polvo, vuelvo a los últimos días de mis padres. Cuando yo aún podía ser la hija de alguien y consultar su memoria, cuando me podían narrar el tiempo del que no fui testigo".

Luego vienen algunas páginas en las que la escritora cuenta que la última palabra que cruzó con su padre en el hospital en el que él se encontraba convaleciente fueron duras. En estas nos explica que hay un dolor inmenso porque ya no es hija, ha perdido un lugar en el mundo y sirve para ponernos en contexto, para contarnos cómo junio se llevó a sus padres con un año de diferencia. Primero a él a sus 90 años, luego a ella a los 86 y los planes inconclusos.

Este libro habla de esa certeza de la muerte, que muchos evadimos, a pesar de cumplir siempre la cita y casi nunca con aviso previo. Pero tercos que somos, insistimos en vivir como si nuestros seres queridos fueran a ser eternos, o incluso nosotros mismos.

El libro nos cuenta primero de los últimos días del padre y luego los últimos días de la madre, pero lo hace de modo literario, con páginas que celebran la vida de esos hijos de inmigrantes españoles, de esa pareja diferente llena de alegrías y vicisitudes, de amores y desamores, de secretos, como cualquier familia. Por eso resulta tan cercana al leerla.

Lavín habla de la vida cotidiana y mientras siente partir a sus mayores, también empieza a ver germinar la semilla de su nieta. porque es el ciclo del paso por este mundo.

Mientras nos cuenta de sus padres, también nos habla de ella, de sus hermanos, de conocidos y parientes, de esas maneras en que se desarrolla la cotidianidad, en que se construyen las historias de todas las familias. Es un repaso por el hogar, por los recuerdos, los entrañables y los que se quisieran olvidar, simplemente una catarsis, un duelo vuelto literatura y de la mejor.

Se trata de una obra que nos hace reflexionar sobre nuestros propios temores a la muerte y también de lo pedestre que se tiene que asumir cuando la cruda realidad nos aterriza y las cuentas siguen llegando o los bienes empiezan a pasar la cuenta de cobro del paso del tiempo sin ser atendidos. De cómo a este los muebles sienten la ausencia de quienes fueron asiduos usuarios suyos.

Lean esta entrañable y dolorosa confesión y verán cómo la escritura puede llegar a ser la mejor conjura contra nuestros demonios y para que #HablemosDeLibros.

Subrayados

  • Uno detiene la comunicación abruptamente. Es la forma más elocuente de la ausencia.
  • Ellos me habían enseñado el amor y el desamor, o el amor a pesar del desamor, o el amor después del desamor.
  • El momento de la muerte no es la ausencia, es el golpe. El despojo. La ausencia llega con suavidad y es inclemente.
  • A la muerte de nuestros queridos, perdemos algo. No solo a ellos. Una parte queda sepultada para siempre con el otro.
  • Estar frente a la lápida es recuperar el nombre que se ha borrado del papeleo cotidiano.
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Últimos días de mis padres (Mónica Lavín)