Colombia y México están separados por miles de kilómetros de distancia, pero están unidos por su barbarie. Menciono esto, porque Partes de guerra, la más reciente novela de Jorge Volpi está narrada en Frontera Corozal, un poblado de Chiapas justo antes de Guatemala, pero bien puede tratarse de cualquier lugar ubicado en nuestro país.

Con apenas 14 años, Dayana es asesinada con sevicia. Su cuerpo lo encuentran dos migrantes que van rumbo norte. Los asesinos: su prima de la misma edad, Saraí; y el novio de esta, pero enamorado de la víctima, Jacinto. Los victimarios se encuentran detenidos. El crimen lo presenciaron los hermanos menores de la víctima, de menos de 10 años.

En el prestigioso Centro de Estudios de Neurociencias Aplicadas (CENA), de la rimbombante UNAM, el líder del grupo, Luis Roth, confronta a su equipo sobre lo poco que hacen los científicos para entender las violencias mexicanas y los invita a ir hasta Frontera Corozal para escudriñar en las mentes de estos niños por qué la violencia fue su respuesta.

El grupo tiene dudas, pero Luis –que se cree el centro del universo de muchos y, sobre todo, de muchas- siempre se impone. Sin embargo, todo se desbarranca. Los racionalistas científicos no resultan ser tan racionales y los emocionales lugareños no son necesariamente emocionales siempre.

Los prejuicios academicistas también son parte de esta obra que, para mi gusto, es muchísimo mejor que la premiada Una novela criminal, que me aburrió.

Este libro en cambio, en 235 páginas te habla de la amistad, del amor, de los conflictos entre quienes se aman, de las violencias intrafamiliares, de las violencias que se gestan en la superioridad moral, de las violencias de género, de las violencias promovidas por los medios de comunicación, de la exclusión y de los duros secretos que todo lo complican. De las relaciones humanas, al fin y al cabo.

Escudriñando sobre esta obra descubrí que a Volpi, como a mí, le apasiona el funcionamiento del cerebro, tanto que en el 2011 escribió un ensayo sobre el tema, que tituló Leer la mente, que seguro le debió servir mucho para esta obra que también es un diálogo sobre cómo funciona precisamente eso que es todo en nosotros, el cerebro, aunque Lucía, la narradora, lo llegue a poner en duda y palabras más palabras menos, advierta que de nada sirve ese cerebro sin el corazón.

De hecho, la novela empieza con esta frase: “El corazón, quién lo diría”. Para anotar que fue este molusco, como lo describe la narradora, y no las neuronas el que la llevaron al lugar en el que se encuentra y de donde parte a contar esta historia de violencias, de temores y de dudas, sobre todo, de dudas, porque el único que las podía responder está muerto.

Una novela para pensar en lo que somos y como actuamos, en las emociones y las razones, en esas violencias que nos habitan como humanos y como sociedad, que si permitimos que nos desborden podremos llegar a perdernos sin encontrar el camino de regreso.

Este libro es una bofetada a quienes nos las damos de racionales sin tener en cuenta que, al final del día, la mayoría de las decisiones las tomamos por cuenta de las emociones. Son estas las que al final rigen nuestro destino. Léanlo, no lo lamentarán, y #HablemosDeLibros y de cómo contribuir a reducir estos rasgos de violencia de nuestras sociedades.

 

Subrayados

·      Un grupo de científicos privilegiados que se desentienden del salvajismo que los rodea y hunden sus cabezas de avestruces en sus papers.

·      En la sociedad del espectáculo, ningún show como la guerra.

·      No recordamos las cosas como fueron sino como nos conviene recordarlas.

·      El cerebro, nuestro glorioso cerebro (…), no es sino un recipiente agujereado que de nada sirve, de nada, sin el corazón.

·      La violencia, como cualquier conducta de los seres vivos, es una herramienta evolutiva.

·      Como si nos hicieran falta otras muertes truculentas en el amnésico cementerio que habitamos.

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