No fue solo Diego Corredor, el causante de la eliminación del Once Caldas. También los futbolistas, los directivos y los periodistas comprometidos con el poder, los que manipularon creando falsas expectativas. Un fracaso más del presidente de turno.

Incapaz, como su entrenador, de enfrentar los conflictos internos o de superarlos, dominado siempre por su temperamento descontrolado.

Caprichoso, apasionado, con delirios de persecución, e inseguro. Sin diplomacia en el manejo, porque relevó el diálogo por el choque con desprecio e insultos.

De fútbol poco, porque él, como muchos dirigentes, creen que el dinero es conocimiento, porque no aprende de los errores y las caídas.

Demostrado quedó tras su aprobación a los futbolistas preferidos por Corredor, ninguno diferente, ninguno con clase, con excepción de Torijano.

Más de sesenta contrató en los últimos siete ejercicios con derrotas, sin el aprobado de la afición. Muchos de ellos se marcharon tras ser indemnizados, dinero que se gastó por montones, el suficiente para construir un equipo soñado en vano por el público.

De nada sirvió su esfuerzo por renovar la nómina, lo que se le abona, porque recurrió a futbolistas sin cabida en otros clubes, sin mercado, al borde del retiro o inactivos.

Gallardo para él, para el presidente, no fue solo un embeleco, fue un tiro en la sien, porque con él vulneró la autoridad del entrenador y lo llevó, cuando lo alineó, a jugar con 10.

Dejó prosperar sin freno, la verborrea de su técnico, quien le creó conflictos innecesarios con la afición y con la prensa.

Solo la afición, en la debacle, puede levantar la cabeza por su inquebrantable aguante, su apoyo incondicional, su fe hasta el último minuto.

Corredor es historia. No queda en la memoria porque su fútbol les sacaba la piedra a los hinchas. Su extraño credo hablaba de jugar sin pelota, fútbol europeo, fútbol de otra generación, desprecio a los talentos, miradas desconfiadas a los jóvenes de la cantera, pocas opciones de gol, el pelotazo como única fórmula, lo que lo alejaba de la portería porque prefería los balones divididos, al juego con control y asociación con técnica. Al extremo de comparar el fútbol practicado con el del Once Caldas, campeón de América, del inolvidable profe Montoya.

Lo peor, el desprecio al camino, a los proyectos, para buscar solo el resultado; obsesivo, sin oído ante su entorno porque temía una invasión a la autoridad y la privacidad de su vestuario.

No sé si cada papelito que enviaba a sus jugadores, durante los últimos partidos, era su despedida, aunque parecía indiferente frente a sus despropósitos que lo arrinconaron.

Las cifras que tanto defendía lo condenaron.

P.D.: El Once Caldas ya busca nuevo entrenador. Tiene un nombre preferido en la carpeta, que, de concretarse, dará a la hinchada una alegría de fin de año, porque su pensamientos y sus conocimientos son silenciosos, sabe competir.

En próxima entrega, ¿Castrillón el peor presidente en la historia en el Once Caldas?... o es una exageración.