Estimado Juan José:
Con el revuelo que ha causado en Colombia el proyecto de ley que se ha venido tramitando en el Congreso de la República que busca prohibir los espectáculos taurinos, me pareció oportuno hacer un breve recuento de algunas de las muchas veces que tanto la Iglesia católica como las autoridades civiles han pretendido borrar del mapa las corridas de Toros y novillos, todas las cuales han tenido siempre un resultado similar: el fracaso.
Quizá las dos prohibiciones más conocidas son, de carácter canónico la una, que es la bula de Pio V que amenazaba con la excomunión a quienes organizaran o participaran en espectáculos en los cuales se corrieran toros y de carácter civil la otra, que es la real pragmática de Carlos IV proscribiendo todos los espectáculos en los cuales se presentaran toros o novillos a muerte.
Pero el citar estos dos descalabros prohibicionistas no implica que no debamos traer a colación otros, como son la prohibición dada por Felipe V en mil setecientos cuatro, de celebrar Corridas de Toros en Madrid y sus alrededores; o la de Fernando VI que exoneraba las corridas que se organizasen con fines benéficos. Carlos III prohibió, a través de una Real Orden de mil setecientos setenta y ocho que se otorgasen nuevas concesiones para Fiestas de Toros, posición esta que endureció en mil ochocientos setenta y cinco a través de la Real Pragmática que prohibió las fiestas de Toros de muerte en todos los pueblos del reino, haciendo algunas excepciones concretamente para concesiones perpetuas que tuviesen un fin “útil o piadoso”. Y como ya dijimos, todas estas prohibiciones fracasaban, vale decir no se cumplían, razón por la cual Carlos IV insistió en el tema y promulgó una Real Provisión en mil setecientos noventa en la cual se prohibía correr novillos y “Toros de cuerda” por las calles, o Toros ensogados como se conocen hoy en día, para luego en mil ochocientos cinco abolir definitivamente las Fiestas de Toros y Novillos de muerte, Provisión que tampoco “cuajó”. De ese momento en adelante no citan los historiadores más frustradas prohibiciones, porque como bien se deduce de la lectura de este texto, si éstas tenían que sucederse de rey en rey o de real decreto en real decreto o provisión, claro queda que nunca tuvieron éxito en su aplicación y que pudo más en el pueblo ibérico el gusto por una fiesta que definía su idiosincrasia y que además hacía parte de sus tradiciones culturales, desde épocas “de bárbaras naciones”, que las bulas papales o las órdenes reales.
Vinieron entonces épocas de tranquilidad para la actividad taurina, vale decir sin persecuciones ni vetos, hasta que apareció la criticada prohibición en Cataluña, la cual tuvo más tintes políticos que de defensa del hombre o del animal, dado que si bien se proscribió la corrida “a la española”, se conservaron los famosos ¨”Bous al Carrer o Correbous, que en castellano se traduce como “Suelta de Toros” y que tiene variadas formas de presentarse a saber: el Toro embolado, los Encierros, el bou a la mar, el Toro de cuerda y el concurso de recortes, actividades en las cuales, en muchas de ellas, el animal sufre grandes abusos. Y ojo. De este tipo de espectáculos se dan al menos cuatrocientos anuales.
Modernamente se han prohibido las corridas de Toros en el Cantón de Quito, veto que se encuentra a punto de desaparecer y existe un intento por acabar con los Toros en Colombia. El proyecto de ley que contiene la prohibición pretende, como en Cataluña, vetar únicamente “los Toros a la española”, dejando que pervivan otro tipo de “corridas” en las cuales también se corren Toros. ¿Y por qué este contrasentido se preguntará el lector? Pues porque en los departamentos donde se dan “las corridas de otro tipo” y no a la española, su clase política está unida en el Congreso para defender sus costumbres y tradiciones y dicen las malas lenguas que amenazaron a la gestora de este proyecto de ley (a Andrea Padilla concretamente) con quitarle el apoyo en cualquier otro proyecto que presente si “llegaba a pisarles los terrenos”. Entonces de inmediato Padilla borra del proyecto las corralejas y de paso las peleas de gallos. Este actuar de la senadora muestra una vez más lo que en realidad son la gran mayoría de políticos colombianos: conveniencieros, faltos de principios y de poca estatura moral. El disfraz de defensores de los animales, o de cualquier otro asunto no es más que un “camelo”. Recibe un abrazo de tu amigo. El Fraile.
Añadido: ¿Alguien para montar en “elicótero”?