Muchas de las grandes obras literarias que nos llegan a las manos pueden escapársenos durante décadas debido a los escollos que presenta la traducción y a la forma fallida en que el texto original queda plasmado en otra lengua. Para que una obra traducida nos seduzca, es necesario que funcione con autonomía y se convierta asimismo en una pieza maestra que vuele por cuenta propia sin traicionar al original, pero instalándose en una dimensión especial con sus propias leyes imaginarias.
Eso ocurre por ejemplo con las diversas versiones de la Divina Comedia al español u otras lenguas que por lo regular desaniman al lector, pese a que los traductores han realizado una difícil tarea de artesanía para acercarse a sus ritmos interiores en prosa o en verso.
Lo mismo sucede con obras clásicas por las que pasamos sin entusiasmo desde las adolescencia, hasta que en un momento nos cae en las manos una versión que nos hace viajar como nunca hacia otro mundo y nos conmueve, como ocurrió con una versión al francés de Prometeo encadenado, vertida especialmente por Olivier Py para ser representada en 2012 en el Teatro del Odeón por una compañía europea.
Los griegos pueden escapársenos durante mucho tiempo y tal es el caso de las obras de Platón donde habla y vive el díscolo y ebrio Sócrates o con los inmensos volúmenes de Aristóteles, autor que ha sido traducido infinidad de veces y aún sigue siéndolo por los nuevos especialistas. El asno de oro de Apuleyo, El Satiricón de Petronio o La Eneida de Virgilio pueden así permanecer ocultas para muchos lectores que no pueden visitarlas en la lengua muerta original.
Muchos han fracasado en sus intentos hasta el día en que se les revela una obra y los capta para siempre, como ocurre con Bajo el volcán de Malcom Lowry, la gran novela sobre México que no se deja atrapar en los primeros intentos. Quien la tradujo al español fue Raúl Ortiz y Ortiz, hombre novelesco de corbatín hoy olvidado que trabajó en la traducción los fines de semana en Cuernavaca y otros días en Ciudad de México en los años 60 hasta que le fue arrebatada prácticamente de las manos por la editorial Era y publicada en 1964, hace ya casi 60 años.
Tuve la fortuna de conocerlo hace mucho tiempo en una  recepción en Coyoacán y quienes estábamos allí, entre ellos el poeta Vicente Quirarte, nos sentíamos al lado de un clásico, porque muchas veces los traductores de obras maestras adquieren un aura especial que les otorga una parte de la gloria del autor.
Con La Guerra y la Paz de León Tolstói ocurre igual, ya que no todas las múltiples traducciones nos seducen, aunque para mi gusto la mejor y más calidad es la elaborada por Francisco José Alcántara y José Laín Entralgo y publicada en dos volúmenes por Editorial Vergara de Barcelona en 1959. Después vinieron otras versiones recientes de expertos que se reivindican como las mejores, más científicas o fieles, pero que no funcionan como obras de arte que nos hacen soñar.
Y en el caso de La montaña mágica muchos logran entrar en la primera versión al francés realizada en 1931 por Maurice Betz, a través de la cual se viaja por las peripecias de Hans Castorp, Settembrini, Leon Naphta y sus convivios en Davos, en el sanatorio de tuberculosos donde la bella Clawdia Chauchat esparcía su perfume y su mirada.
Pero el milagro es el de Ulises de James Joyce, que suele ser una obra muy reconocida y considerada una novela básica del siglo XX, pero que pocos han leído, salvo tal vez los dublineses e irlandeses que celebran la ruta de los protagonistas libando y haciendo la fiesta. Notables escritores y críticos han reconocido con modestia y sinceridad que nunca pudieron adentrarse en sus arcanos y eso tal vez debido a problemas de traducción.
Pero en español contamos con una excelente versión del José Salas Subirat, emigrado catalán que llegó a Buenos Aires con su familia a comienzos del siglo XX, ciudad donde vivió y trabajó en tiempos del joven Borges y Roberto Artl en la agencia de seguros La Continental y además escribió libros de autoayuda o sobre la árida temática de su profesión laboral.
Durante cinco años, entre 1940 y 1945, sacó tiempo a sus labores en la aseguradora para traducir este libro y logró una versión que funciona en español como una obra autónoma, llena de sorpresas, lenguaje poético, juegos de palabras magníficos y una atmósfera que nos seduce y cautiva. La obra fue publicada en la editorial bonaerense Santiago Rueda y después ha sido reeditada en el ámbito hispanoamericano.
Aunque Salas Subirat nunca presumió de su proeza y siguió dedicado a sus negocios, entre ellos una fábrica de muñecos, murió en el olvido, pero su vida ha sido rescatada en la biografía El traductor de Ulises de Lucas Petersen, publicada en 2016 por Sudamericana en la capital argentina. Aquel modesto burócrata agente de seguros viaja ahora en la carroza de la gloria joyceana, convertido en curioso personaje de novela.