Desde el siglo XIX, escritores latinoamericanos como Rubén Darío (Nicaragua), Amado Nervo (México), José Martí (Cuba), José Enrique Rodó (Uruguay), Enrique Gómez Carrillo (Guatemala), Porfirio Barba-Jacob (Colombia), Juan Carlos Onetti (Uruguay), Julio Ramón Ribeyro (Perú), Miguel Otero Silva (Venezuela) y Gabriel García Márquez (Colombia), entre otros, ejercieron el periodismo se destacaron en ambos oficios como grandes poetas, ensayistas y narradores, al mismo tiempo que fundaban, dirigían diarios y revistas o trabajaban en agencias internacionales de prensa. 

En aquellos tiempos los diarios y las revistas cumplían en el mundo una función fundamental para comunicar las ideas, la cultura, los programas políticos y las reflexiones en torno a la realidad y al destino de los países y el mundo. En pleno apogeo de la era de Gutenberg, quien inventó la imprenta medio milenio antes, los diarios se vendían por millones en las grandes capitales del mundo y los libros lograban reimpresiones permanentes e inimaginables haciendo poderosas a las editorales y millonarios a muchos autores como Mark Twain, Charles Dickens, Alejandro Dumas o Emile Zola, entre otros muchos.

Los poderes del mundo requerían en ese entonces de esos instrumentos para difundir sus ideologías y asimismo los rebeldes los utilizaban para izarse entre la sociedad y lograr poco a poco acercarse a manejar los destinos de los países, ya fuera desde el interior de sus territorios o en el exilio. Cuando un ideólogo, escritor, político era condenado al exilio, a donde llegaba creaba medios para difundir las ideas y hacerse sentir antes del regreso esperado, que muchas veces se realizaba como ocurrió con los grandes patriarcas franceses Voltaire y Victor Hugo, que regresaron a la capital después de largos destierros y fueron inhumados con todos los honores.

Es muy apasionante revisar el quehacer diarista de los escritores latinoamericanos en aquellos tiempos y es necesario revisar los aspectos comunes, las diferencias, los desencuentros, y establecer los múltiples vasos comunicantes entre ambos géneros, el literario y el periodístico, cuyo material primordial es la palabra y que muchos hoy entre las nuevas generaciones tratan de congregar en un mismo género con el auge de la crónica y el reportaje periodísticos y la notabilidad que ha otorgado a muchos de sus cultores, solicitados por las grandes editoriales.

Es una delicia leer la prosa y la poesía del modernista cubano José Martí, que fue un gran viajero y en cada uno de los lugares donde vivió condenado al exilio creo diarios, revistas, instituciones para promover la independencia de Cuba o las virtudes latinoamericanas, que para él convocaban a una unidad indisoluble. En México, Centroamérica, Nueva York y otros lugares creó diarios y revistas y escribió como un loco miles de textos que se caracterizaban por una prosa flexible, musical, inteligente a través de la cual cada tema abordado se convertía en un banquete para el lector de su tiempo.

Así fueron casi todos los escritores modernistas nacidos en el siglo XIX y muertos en el transcurso del siglo XX. Desde muy temprano el precoz y genial Rubén Darío, considerado por muchos como el más grande poeta latinoamericano de todos los tiempos, se caracterizó por una desbordante capacidad de trabajo y un don de gentes excepcional gracias a los cuales creaba diarios y revistas por donde pasaba, ya fuera en su natal América Central, en Santiago de Chile, Buenos Aires y Madrid, lugar este donde causó sensación y se convirtió en el profeta de las letras hispanas a un lado y al otro del Atlántico.

Igual destino signó al gran escritor guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, discípulo de Rubén Darío que fue best seller de su tiempo y publicó un centenar de libros, muchos de ellos compilaciones con crónicas y reportajes realizados en sus viajes como corresponsal de diarios hispanos y latinoamericanos en Oriente Medio, Egipto, India, Japón, China, Rusia, o en el fragor de los grandes conflictos bélicos del momento. Hoy Gómez Carrillo está olvidado, pero al mismo tiempo que Vargas Vila fue un famoso escritor cuyos libros circulaban por el continente y fueron leídos por varias generaciones.

Con ellos también se destacó el mexicano Amado Nervo, quien ejerció el periodismo en toda latinoamericana y murió joven como casi todos ellos, en Uruguay, desde donde los despojos del autor de la Amada Inmóvil fueron trasladados en barcos y celebrados en cada uno de los puertos a donde llegaba rumbo a su tierra natal el autor. El uruguayo José Enrique Rodó fue otro de esos desbocados autores que agotaban sin cesar la palabra, encaramados en sus máquinas de escribir Underwoood o Remington o atareados en su cuadernos de escritura, llenos de minuciosas palabras con las que abogaban por un futuro mejor para sus territorios, como escribió él en Ariel o en los Motivos de próspero, dos de sus libros más conocidos y vigentes.

En el siglo XX, el colombiano Porfirio Barba Jacob fue otra fuerza de la naturaleza, pues luego de salir de Colombia en la primera década del siglo XX se destacó como creador de diarios y revistas en su amado México y en todos los lugares de América Central a donde llegó huyendo cuando triunfó la Revolución mexicana en los años 20 y 30, a la que se oponía, aunque finalmente regresó y siguió trabajando en diarios como Excélsior y El Universal hasta su muerte en la capital mexicana. Otro de sus contemporáneos, José Antonio Osorio Lizarazo, también recorrió el continente ejerciendo el periodismo sin fatiga mientras escribía sus grandes novelas urbanas.

Después otros autores latinoamericanos trabajaron en agencias de noticias para ganarse la vida como fue el caso del uruguayo Juan Carlos Onetti en la inglesa Reuters, el peruano Julio Ramón Ribeyro en France Presse y Gabriel García Marquez en Prensa Latina. La lista sería interminable, pero ya es hora de rastrear la vida intensa de los escritores, poetas y narradores que vivieron momentos inolvidables en las redacciones de diarios, revistas y agencias de noticias, donde se foguearon para escribir sus obras de ficción o crear gota a gota su rastro poético.