Por lo menos 5 décadas lleva Caldas bajo una hegemonía política que ha priorizado el interés particular de unos pocos y ha sofisticado múltiples prácticas corruptas y clientelares. En el contexto actual, ahogados en lo que Orlando Sierra denominó demosincracia (pueblo sin autoridad), muy pocas cosas diferencian a Castaño de Barco o a Lizcano de Yepes.
Por cosas como estas, la periodista María Jimena Duzán se preguntó en 2010 ¿Qué pasa en Caldas? (http://bitly.ws/xiqv) y alarmada concluyó que “el grupo político que surgió en 2002 para recuperar a Caldas de la corrupción terminó haciendo lo mismo”. Quienes emergieron como salvadores ante la corrupción y la violencia del Partido Liberal, reprodujeron el mismo modelo de saqueo al erario y politiquería que supuestamente criticaban. Duzán lamentó esta situación ya que, según ella, los líderes políticos departamentales tuvieron en algún momento del siglo pasado “fama de ser hombres intachables, cultos, visionarios” (Semana, 2010).
El lamento de Duzán y las denuncias de Sierra desafortunadamente no han dejado de tener vigencia. Hoy, algunos de los que se presentan como alternativa a la deplorable forma de hacer política de Mario Castaño y su combo, ante la debacle judicial y de imagen de los liberales, quieren seguir manejando los hilos políticos del departamento.
Mauricio Lizcano es otro de los herederos de la demosincracia local. Lleva años manejando los hilos políticos en Caldas, amparado en una estructura clientelar que podría ser incluso más potente que la de los liberales, ya que La Silla Vacía se quedó corta en la identificación de sus cuotas hace unos días (http://bitly.ws/xiGG), porque como mínimo 10 alcaldes y varias decenas de altos funcionarios responden a sus designios.
Así las cosas, la máquina electoral de Lizcano, que también ha sido denunciada por ejercer prácticas de clientelismo, corrupción, favoritismo, nepotismo y abuso de poder, ha puesto y quitado gobernantes como le ha dado la gana durante la última década en el departamento. Si pusiéramos la situación en palabras de Orlando Sierra, la estrategia de Lizcano en cada elección “no es ni mucho menos una unión de convergencia en propósitos de beneficio general, es básicamente una suma de intereses para una división de burocracia” (La Patria, 2002).
Otros dos aspectos trágicos de la monopolización de poder por parte de Lizcano son su influencia actual en la Alcaldía de Manizales y su participación en el Gobierno Nacional. Lizcano fue clave en la victoria de Carlos Mario Marín, pero hoy no asume ninguna responsabilidad por la crisis administrativa e institucional de la ciudad y está pasando de agache ante la debacle de su pupilo, el cual es apoyado solo por 1 de cada 10 ciudadanos. La toma de la administración municipal por parte de la inexperiencia, la ignorancia, el egocentrismo y la prepotencia no hubiera sido posible sin el apoyo de la aceitada y millonaria maquinaria de votos de Lizcano.
Asimismo, el rol de Lizcano, antes uribista rabioso y devoto santista, en el gobierno de Petro es altamente frustrante, ya que, por un lado, su intervención en las elecciones presidenciales fue todo menos decisiva en Caldas, donde, de hecho, Petro perdió, y, por otro, porque no existe ningún resquicio de pensamiento progresista en él. De hecho, Lizcano es recordado en Caldas por hechos como la presión de sus líderes a personas para votar por él (http://bitly.ws/xiZ6) y el impulso a una intervención militar en un paro minero en Marmato (http://bitly.ws/xiZi). Por eso resulta inconcebible que se estén planteando escenarios bajo los cuales las candidaturas progresistas y alternativas en las elecciones regionales de 2023 vayan a ser definidas por personajes como Mauricio Lizcano y Carlos Mario Marín, camaleones que se arriman al árbol que más sobra da y que solo se visten de izquierda por conveniencia electoral.
Lo peor que podemos hacer es sentirnos derrotados de antemano y ceder ante personajes a los que poco les importa la región y solo les trasnocha su imagen, su prestigio y sus chequeras. Hay que juntar liderazgos, fijar un propósito superior y avanzar en un pacto ciudadano que nos permita recuperar lo público para transformar las prácticas políticas y generar un auténtico desarrollo y bienestar regional.
Retomando nuevamente a Orlando Sierra: no estamos condenados a tomar sopa Castañista o Lizcanista, Caldas es mucho mejor que eso.