Cuando el nevado del Ruiz hizo su erupción el 13 de noviembre de 1985 varias personas me reclamaron porque yo había dicho que no explotaría. Les recordé que lo dije basado en las repetidas palabras del científico que dijo que no explotaría. ¿Y qué ocurrió? Cuando le reclamaron el científico negó que hubiera dicho que no explotaría. El moderno Pilatos lavó sus manos y me entregó a los comentarios desagradables de mis malquerientes. Gustavo Álvarez Gardeazábal escribió una novela sobre la erupción del Ruiz y la tituló: “Los sordos ya no hablan”, que según Elena Poniatowsca es una novela bien lograda, pero poco comentada y conocida. En la obra, por supuesto, me nombran diciendo que yo pronostiqué que el volcán no explotaría.  
Hablando de los frailejones acaba de llegar a mis manos un libro editado por el Humboldt, instituto encargado de velar por nuestra biodiversidad y cuyos autores son dos reconocidos estudiosos de los “Espeletias”: Mauricio Díazgranados y Carolina Castellanos Castro. El libro se titula: “Frailejones en Peligro” y ha sido financiado por la Unión Europea.
Aunque los frailejones son originarios de la Sierra de Mérida, Venezuela, única montaña nevada de ese país, es Colombia la verdadera “mata” de los frailejones y solamente los hay en Colombia, Venezuela y Ecuador. Sin embargo, otros sostienen que el origen de estas plantas que pertenecen a la familia de la Asteraceas es el páramo de Tamá, Colombia.
El Instituto Humboldt dice que se conocen “145 especies, de las cuales 90 se han reportado para Colombia, 68 para Venezuela y 1 para Ecuador. Solo 11 especies son compartidas entre Colombia y Venezuela y una entre Colombia y Ecuador”. Ateniéndonos solamente a estos datos numéricos y sin acudir a investigaciones científicas uno diría que sí, que efectivamente los frailejones son originarios de Colombia.
los colombianos sostenemos que el páramo más extenso del mundo es el de Sumapaz y los ecuatorianos lo niegan y sostienen que es un páramo suyo, el del Ángel. “Me muero de la pena con la visita” como decía gráficamente mi madre: el páramo del Ángel mide solamente 15.715 hectáreas que comparadas con las 178.634 de Sumapaz lo hacen ver como un potrerito de vacas. Conozco ambos ecosistemas y como páramos ambos son bellos. Por lo demás en el Páramo del Ángel solo crece una especie de frailejón, el “Ezpeletia pycnophyla, mientras que en Sumapaz abundan las diferentes especies de la planta.   
Por estos días vivimos la fiebre de “el frailejón Ernesto Pérez” compuesto por Carlos Correa. Excelente idea para enseñarnos a todos y no solo a los niños a cuidar los frailejones y el agua.
Mirando nuestro pelado nevado del Ruiz recordé que hay una corporación llamada “Cumbres Blancas” que lucha con denodado empeño por la conservación de los glaciares.
Han publicado un bello libro titulado “Cumbres blancas. Homenaje a los glaciares colombianos”. De la agrupación forman parte, entre otros muchos, Marcela Fernández, fundadora y Yober Arias, administrador y representante legal de la corporación.
En mi libro “Colombia Secreta” le pido a Dios que como premio en la otra vida me conceda un páramo para mí solo, para recorrerlo saltando sobre “los cojines”, sintiendo la caricia del viento mi amigo, y el abrazo de las neblinas. Allí dialogaré con los frailejones, ellos me mirarán con cariño y con ellos asistiré al milagro del nacimiento del agua. Me embobaré con el mágico vuelo de los cóndores, que me llamarán hermano. Sí, quiero un páramo para mí solo. No desprecio los jardines celestiales, pero creo que me merezco un páramo.