Entre quince postulados será escogido el Caldense del Año 2022, certamen que La Patria promueve desde 1976, para exaltar una labor digna de encomio. De una u otra forma, los 45 premiados desde entonces, han influido de manera benéfica en el devenir del departamento, por lo menos de Manizales. Unos, más que otros.
Hasta donde la memoria alcanza a recordar, ningún galardonado provino del sector cultural, a pesar de haberse propuesto nombres relevantes como los de Maruja Vieira, Carlos Enrique Ruiz, Octavio Escobar, Julián Bueno y otros. Es explicable: cuando fue establecido el premio, la cultura no era relevante, sino marginal. La sociedad manizaleña veía a los artistas como personajes raros, incómodos, desgalichados y hasta viciosos. Nada que no proviniera de Antioquia tenía valor. (El error persiste, casi igual).
Por esa razón, el artículo cuarto del reglamento establece que priman las “ejecutorias que a favor del desarrollo social y/o económico del Departamento haya realizado el candidato escogido”. Quedó abierto un resquicio, puesto que la cultura es determinante para el “desarrollo social”. Mucho, mucho más de lo que suele creerse. Y por ahí entraron nombres que han dado y dan lustre a Caldas, quizás más que el derivado del desarrollo económico.
Afortunadamente, este año fueron inscritos tres representantes de lo cultural, cada uno con sobrados méritos: el poeta Antonio María Flórez Rodríguez, el mecenas de la música, Héctor Idárraga Betancur, neirano, y el historiador pacoreño Albeiro Valencia Llano. Tres entre quince representan el 20% de los postulados. Se gana terreno. Y no es desdeñable que todos provengan de la provincia. Flórez nació en Extremadura, España, pero se crio en Marquetalia. Aparte de su extenso poemario, traducido a varios idiomas; de su ejercicio médico y su membresía en la Academia Caldense Historia, su mayor mérito para ser Caldense del Año es la embajada cultural que asumió en España, donde su voz tiene cada vez mayores resonancias. En sus participaciones en eventos de talla mayor; en su cercanía con escritores de fama; en sus recitales, siempre habla de nuestra tierra, que volvió suya. Está orgulloso de ser colombiano, especialmente marquetón. Proclama en el extranjero su pueblito del oriente, ignorado y olvidado en la capital. Cuánta diferente de tantos manizaleños que se avergüenzan de serlo y se dicen andaluces, sin serlo, o paisas, sin saber qué es eso.
Idárraga tiene una misión silenciosa: dota de instrumentos a las bandas de vientos juveniles caldenses. Los vende a ínfimo costo, ¡fiados!, o los dona a través de su Fundación Hope, en Houston, Texas. Ha entregado unos 6000. Se conmueve con los conciertos de agrupaciones de provincia y pregunta si necesitan algún artefacto musical, lo gestiona o envía. Es otro embajador cultural de Caldas.
El nombre de Albeiro Valencia es reconocido, pero pocos tienen clara la dimensión de su trabajo como historiador del departamento, especialmente de Manizales, de cuyo pasado ha publicado varios libros. El más reciente, hace unos días. Toda su obra está dirigida al gran público; es didáctica y fácil de leer. Es el primer investigador del pasado de la región con formación académica. Fue el promotor y principal fundador de la Academia Caldense de Historia, y hace poco fue nombrado Miembro Numerario de la Academia Colombiana de Historia, la élite del intelecto. A diferencia de otros dos caldenses que ostentan ese honor, que viven lejos y marginados de la actividad histórica regional, Albeiro vive aquí, en plena actividad.
Solo falta que el jurado del Caldense del Año 2022 se atreva a romper el molde y asigne el galardón a uno de estos intelectuales. Es hora: la cultura merece una estatua.