En su búsqueda de la eudaimonia, el filósofo griego Epicuro pensó en la muerte y en cómo, al reducir el miedo a esta, podemos alcanzar la felicidad. Una búsqueda racional de la tranquilidad del ser que nos permita el goce hasta dejar de existir. “No necesitamos aparentar estar sanos, sino estar sanos realmente”, dijo el pensador de Samos; desafortunadamente hoy vivimos de las apariencias y morimos por enfermedades del alma.
La Secretaría de Salud de Manizales informó esta semana que, a corte de septiembre, en la ciudad se habían registrado 27 suicidios este año. Tres menos que el año pasado en el mismo lapso. Una disminución del 10%. Una tasa de mortalidad por suicidio de 5,9 por cada 100 mil habitantes. Y que se cuenta con la Línea 123 opción 3, disponible las 24 horas del día, los siete días de la semana, además de las “10 acciones contundentes para enfrentar el suicidio”, que reportó el secretario de Salud, Carlos Humberto Orozco Téllez.
Números que - junto a las palabras “disminución”, “reducción” y “contundencia” - se ofrecen como positivos, pero que no dejan de ser fríos. Detrás de cada dígito hay una historia y unas circunstancias únicas que, por pudor o falso respeto a la familia del suicida, se omiten. Peor aún, se echan en el costal de la salud mental y se tratan como una epidemia; como si quitarse la vida fuese contagioso, cuando lo que se propaga son ideas tóxicas de cómo debemos vivir y morir.
El suicidio, además de ser una estadística, también es un negocio. La firma Conexión Eventos y Servicios S.A.S., muy mencionada esta semana en diversos medios nacionales por aparecer como favorecida en contratos de la Alcaldía, recibió $54 millones 836 mil para realizar la estrategia y pedagogía del desaparecido programa La vida es bella, con el que se busca la prevención del suicidio. Además, el representante legal de esta empresa es Sebastián Patiño Uribe, amigo del alcalde Carlos Mario Marín y de su primo, el congresista Santiago Osorio.
Si la gente se está matando no es necesariamente porque tengan problemas mentales o sentimentales. Es, como planteó el filósofo Arthur Schopenhauer, porque los temores de la vida superan a los temores de la muerte. Vivir, como se vive hoy, no es sano. Estamos inmersos en la incertidumbre económica, social, geopolítica y ambiental. Si no nos mata el calentamiento global lo hará la amenaza de una guerra nuclear; si la pobreza y falta de oportunidades no nos acaban, lo hará el Estado con sus impuestos. Cargas que no se aligeran con un antidepresivo y un terapeuta optimista que nos mande a hacer ejercicio para liberar endorfinas con el fin de vernos y sentirnos mejor.
Todo esto se acumula y nos arrastra. Las evidencias apuntan a que nada mejorará: ni el medio ambiente, ni la sociedad, ni la salud, ni la educación, ni las pensiones, ni las oportunidades. Vivir se ha vuelto un infierno y aquí vuelvo a Schopenhauer: “El suicida quiere la vida y solo se halla descontento de las condiciones en las cuales se encuentra (…) Él quiere la vida, quiere una existencia y una afirmación sin trabas del cuerpo, pero el entrelazamiento de las circunstancias no se lo permite y ello le origina un enorme sufrimiento”.
Si las autoridades quieren trabajar en la prevención del suicidio, comiencen con mejorar la calidad de vida de las personas. Esto es mejores condiciones laborales, mejores ingresos, más tiempo libre, más salud física y mental, más paisaje, más espacio, más justicia, más compasión, más dignidad, más equidad y menos corrupción; no charlas didácticas y pintura sobre un andén con mensajes superficiales.
El suicidio, decía Aristóteles, es un atentado contra el Estado; es una injusticia. Empero, es más injusto que el Estado se robe el dinero de los contribuyentes y nos someta a la pauperización y el trauma. En este caso la carga no debe estar sobre el suicida quien, como Sísifo, parece condenado a arrastrar una roca cuesta arriba por el resto de su existencia.
Y si a lo anterior le sumamos una depresión o una ruptura amorosa ¿con qué ánimo hemos de continuar esta vida llena de temores? Visto de este modo, el suicidio es sensato aunque derive en lo que el filosofo Philipp Mainländer llamó “la catástrofe de la realidad”. Son quienes quedan los que tendrán que recoger y buscar los pedazos de ese ser que se autodestruyó con el fin buscarle redención.