Pocos tienen la curiosa fortuna del nadaísta Jotamario Arbeláez, quien este 29 de diciembre pudo leer y oír las reacciones de pesar por su muerte. El deceso fue un equívoco difundido por la W, emisora que luego entrevistó al falso muerto y anunció su feliz resurrección.
Antes de saber que Jotamario estaba vivo revisé mi biblioteca para ver qué tengo de él. Ese es mi ritual de duelo cuando muere algún escritor. No importa si en vida lo conocí o no, si se muere en Manizales o en Uzbekistán. Leer es conversar en la mente con el autor y por eso cuando alguno muere siento como si falleciera alguien conocido, a veces muy cercano. Saber que sus textos reposan en mi biblioteca me produce sosiego, porque releer a un escritor es la mejor forma de mantenerlo vivo.
En menos de tres semanas fallecieron tres autores de nuestra región: Wadis Echeverry Correa, Jorge Eduardo Vélez Arango y Gloria María Medina Jiménez, a quienes quiero recordar hoy.
El mismo día que Jotamario Arbeláez se murió de mentiras, el poeta Wadis Echeverry se murió de verdad. Tenía 74 años y fue militante de la literatura, no solo como escritor sino como gestor cultural. Adel López Gómez lo describió como “un idealista a prueba de desengaño”. Fue el alma del Encuentro de Escritores Danilo Cruz Vélez, que se celebra desde hace más de 30 años en Filadelfia, municipio en el que fundó en 1980 “El correo de los Carrapas”, la revista artesanal de “los alzados en almas”, que por cerca de 120 ediciones ha promovido “más poesía, menos policía”.
El 7 de enero falleció Jorge Eduardo Vélez Arango, autor de cinco novelas, tres libros de poesía, tres de cuentos y otros títulos de difícil clasificación, que van desde fábulas hasta aforismos. Al comienzo de “Los peces miran a Dios”, uno de sus libros de cuentos, leo hoy: “El escritor escribe contra el no-ser para vencer el olvido, la muerte y la historia misma”.
Su cuento “Normandía” plantea que Hitler fue obligado a matar judíos, no se suicidó y como es inocente unos sacerdotes lo esconden en un oratorio en el sótano de la Catedral de Manizales. Ahora que el autor de esta sugestiva ucronía falleció, quisiera verlo como él mismo describió en el cuento “La isla de la muerte”: “Él lo que quiso imaginar fue que estaba muerto; eso lo deseó sentir para ver cómo era aquel estado de su muerte. Cuando lo imaginó, al instante se detuvo su corazón, su cuerpo quedó sin vida y él comenzó a ser milagrosamente feliz al mirar allá abajo, en la ciudad del mundo, sin tener ahora ya sufrimiento alguno”.
Detesto las cadenas de Whatsapp, excepto una. Carlos Mario Uribe, de La Nave de Papel, envía todos los días un poema corto para empezar el día. Abro sus mensajes con la gozosa emoción de la lectura, pero esta semana me sorprendió: “Lamento informar que esta tarde (del lunes) falleció nuestra muy querida amiga y poeta Gloria María Medina Jiménez”.
Gloria María publicó al menos cinco poemarios y ganó varios premios de poesía. La última vez que charlamos fue el 2 de noviembre en el Centro Cultural de Chinchiná. Me invitaron a una charla y como llegué temprano aproveché para conocer la Biblioteca del tercer piso. Allá estaba ella, rodeada de gente, orientando un taller de poesía. Paola Gómez Perafán, jefe de información de El País, resaltó esta semana esa generosa vocación de profesora que cultivó muchos años en Cali, su ciudad natal: “Hay maestras que te marcan el camino. Y ésta, en especial, sí que lo hizo. La profe de Español, amorosa y exigente. De voz fuerte, elegante, carismática, inteligente. ¡Gracias por tantas enseñanzas!”
Si algún lector siente curiosidad por leer a Wadis Echeverry, Jorge Eduardo Vélez o a Gloria María Medina, la mala noticia es que es difícil conseguir sus libros. A diferencia de la Biblioteca de Autores Quindianos, que circula desde 2010, o de la nutrida Colección de Escritores Pereiranos, más antigua aún, ni Manizales ni Caldas cuentan con una política pública para mantener en circulación las obras de autores locales, ni para reeditar obras escritas años atrás. No existe, y hace mucha falta.