Por los 75 años de Manizales, en 1924 el Concejo municipal convocó un concurso para reconstruir la joven memoria de esta ciudad. Ganó un sacerdote español, el Padre Fabo, con su libro “Historia de la ciudad de Manizales”, que en el segundo tomo dice, refiriéndose a Inglaterra (que en ese momento tenía ni más ni menos que a Virginia Woolf): “se editan de nuevo dos mil novelas anualmente, aumentan, sí, y lo que es peor escritas por mujeres. ¡La novelista-hembra! He aquí el mayor contrasentido del arte inmoral cultivado por quienes, debiendo ser ángeles de luz, se truecan en harpías coronadas de serpientes”.
Ese era el ambiente intelectual para las mujeres escritoras de hace un siglo. Con razón Rosario Grillo de Salgado, recordada hoy por su hermano, el escritor Max Grillo, y no por su propia obra, escribió en 1873: “Aquí el talento júzgase oprobio, si está en el alma de la mujer... La envidia entonces, también el odio, tejen coronas para su sien”.
Había un ambiente hostil para las escritoras (y al escribir “había” me pregunto si será preciso usar ese tiempo verbal en pasado en este 2023 tan plagado de anónimos odiadores en redes sociales, pero esa sería otra discusión). Digo entonces que había un ambiente más hostil que el de hoy para las escritoras, pero aun así ellas escribían: usaban seudónimos, publicaban en periódicos por ser más efímeros y menos formales que los libros, o escondían sus notas en baúles bajo llave, pero escribían en ejercicios íntimos de rebeldía, no porque lo que dijeran fuera subversivo, sino porque el acto de escribir ya lo era. Lo maravilloso para nosotros es saber que ellas se atrevieron: gracias a esos textos hoy podemos imaginar el mundo de nuestras abuelas, bisabuelas y tatarabuelas, y oír sus preocupaciones sobre asuntos comunes para la sociedad actual, como la migración, las tensiones entre lo urbano y lo rural, la vida en pareja y la maternidad, por citar apenas unos tópicos.
Agripina Montes del Valle fue nuestra pionera. Nació en Salamina en 1844 y publicó en Bogotá un libro de poemas en 1883, con prólogo de Rafael Pombo. Por esos mismos años acá en Manizales otras dos escritoras, Ana Joaquina Cárdenas y Rosario Grillo, no sólo escribieron poemas y cuentos, sino que además organizaron las primeras tertulias literarias que se celebraron en esta incipiente ciudad.
Después vinieron otras que hoy siguen tan invisibilizadas como las tres que acabo de mencionar. En buena hora el Centro Cultural del Banco de la República en Manizales quiso celebrar el primer siglo de esa institución con el ciclo “Mujeres escritoras centenarias del Gran Caldas”, que incluye conferencias sobre diez autoras de esta región que nacieron o publicaron hace un siglo y cuyas historias de vida y obras literarias vengo investigando con amoroso interés desde hace algún tiempo.
Las diez autoras elegidas para este ciclo de charlas son Agripina Restrepo de Norris, Blanca Isaza de Jaramillo Meza, Chila Molina Salazar, Uva Jaramillo Gaitán, Belisa Botero Mora, Natalia Ocampo de Sánchez, María Eastman, Maruja Vieira, Carmelina Soto y Dominga Palacios. Averiguar sobre sus vidas y obras ha sido toda una aventura que ha implicado desde hurgar viejos archivos de periódicos hasta buscar árboles genealógicos para ver si aparece algún nieto, bisnieto, sobrino o pariente lejano que pueda aportar una foto, un manuscrito o un dato. Lo mágico es que sí aparecen: entre nosotros viven hoy descendientes de estas mujeres que se alegran mucho al saber que lo que sus antepasadas legaron es valioso.
Faltan nombres, por supuesto, porque las que escribieron fueron muchas más de diez, aunque los manuales de literatura no las mencionen, pero este esfuerzo por hacerlas visibles y ponerles rostro (la mitad de la selección ni siquiera aparece en Google) debe entenderse como una provocación que nos lleve a preguntarnos por qué no sabemos casi nada sobre ellas, por qué sus obras no se consiguen y de qué nos hemos perdido durante tantos años de silenciamiento. Se trata de un ejercicio de reparación de nuestra memoria colectiva, porque como recordamos en el Día Internacional de la Mujer, es imprescindible fortalecer la inclusión en todos los espacios. Se trata de literatura, sí, pero también es un acto político.