Esta semana Invamer reveló una encuesta periódica de percepción y el titular podría ser “todos caen”: caen el nivel de aprobación de Petro y también el de los alcaldes de Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla y Bucaramanga. Al alcalde de Líberland no lo midieron y es una lástima porque seguro que en el rubro de desaprobación habría conquistado la medalla de “alcalde líder” con la que tanto sueña, y eso que las preguntas las hicieron antes de que lanzara su nueva iniciativa, digna de Harry Potter: el rayo acelerador. Para ponerlo en sus términos: “mala vibra” que Invamer lo ignore.
Ese malestar pesimista coincide con la encuesta de percepción ciudadana de “Manizales Cómo Vamos” que salió este jueves. Las preguntas “¿se siente orgulloso de su ciudad?” y “¿las cosas van por buen camino?” obtuvieron las más bajas calificaciones de la última década, y la favorabilidad del alcalde, que ya venía mal, acabó por hundirse en un pírrico 30% (lo cual significa que 3 de cada 10 personas aún lo apoya, y eso me causa curiosidad).
La desaprobación de los actuales mandatarios daría a entender que la gente quiere un cambio político para octubre, y por lo tanto los candidatos continuistas están en desventaja. Yo no estoy tan segura de esa deducción: primero porque acá todos saben camuflarse como “cambio” y segundo porque una cosa son las percepciones ciudadanas y otra muy distinta las aceitadas maquinarias políticas locales, que funcionan en feudos de conveniente fidelidad.
En síntesis: yo sí creo que un alcalde con el 70% de desfavorabilidad puede poner a su reemplazo porque para eso también han servido la contratación directa de ministerios y entes territoriales, los contratos de prestación de servicios, las calamidades públicas y las alianzas electorales, y más aún si los contrincantes son de pipiripao, palabra fantástica que acabo de comprobar que sí aparece en la página de la Real Academia, aunque si no estuviera ahí también la usaría porque el sondeo que hago en mi entorno arroja que el 100% la entiende, sin margen de error.
De pipiripao es otro dato que revela la encuesta de Manizales Cómo Vamos: tan sólo 28 de cada 100 manizaleños leyeron un libro en 2022. Es decir: el 72% de la gente no leyó ni siquiera un libro durante todo el año. Dice la Cámara Colombiana del Libro que en este país cada persona lee en promedio 1,9 libros al año, pero ya se ve que ese promedio es una ilusión: unos pocos leemos uno a la semana o al mes, y un enorme grueso de la población, que en Manizales es 7 de cada 10 personas, no lee ni siquiera uno, y cuando digo “ni uno” no me refiero a las 899 páginas del Quijote o las 254 del primer tomo de Harry Potter. No: ni siquiera un libro de poesía de los que no pasan de 60 páginas, o una novela corta de 120.
¿Qué pensar de ese 72% que va por la vida sin saborear semejante placer? ¡Qué sequedad! Los imagino en una especie de celibato por desinformación, con conversaciones de pipiripao. Y ¿qué planes hay para mejorar ese indicador? el desinterés institucional público y privado por los asuntos relacionados con el libro y la cultura evidencia que no ven la necesidad de mejorarlo.
La baja lectura se refleja en los pésimos resultados en las Pruebas Pisa y en el componente de comunicación escrita de las Pruebas Saber Pro. Si la gente no lee y lo poco que lee lo hace por obligación, si no hay disfrute, no se puede avanzar hacia una ciudad del conocimiento, cerebro de Colombia y todos esos lemas de políticos en campaña, sobre los que tanta falta hace aplicar lectura crítica.
En Finlandia, donde leen un promedio per cápita de 47 libros al año, la ultraderecha ganó hace un mes las elecciones parlamentarias. Leer no garantiza mejores gobernantes porque como escribió en El País el poeta Luis García Montero, ha habido “magníficos lectores muy diestros en el arte de cortar cabezas”. Pero leer sí ayuda a comprender la complejidad y diversidad de las culturas y las relaciones humanas y a afinar el sentido crítico ante la sociedad y el poder: a no resignarnos a democracias de pipiripao.