Fue en el Café Berlín, en el municipio donde vive mi ahijada, donde escuché los 15 Corridos de Caballos Famosos en la voz de Antonio Aguilar: El Caballo Alazán Lucero, El Caballo Jovero, Grano de Oro, El Siete Leguas, entre otros. Había sido invitado a una cabalgata con caballos percherones y con estos corridos llenos de amor, fidelidad y heroísmo del caballo me percaté que solo una vez se habla de una mujer; fue en el de Patas blancas, cuando dice “con herraduras de acero [va] a llevar a la mujer que yo quiero (…) para llevarme a mi prieta en mi caballo lucero”. La única otra mención aparece en El Caballo Alazán, cuando se dice que había ganado muchas carreras “hasta que llegó esa yegua por quien perdieras la vida” y, continúa, “sabía que ahí en sus patas llevaba el prestigio de su pueblo “era mi amigo fiel” y los caballos reunían a los vecinos quienes “vinieron a la carrera del relámpago”. Ciertamente, en el mundo rural de Caldas se conserva la vieja relación de los hombres por los caballos como la que se canta en los corridos. El cariño y orgullo que sienten los campesinos por sus animales es un amor histórico y universal en un mundo rural que tristemente ha desaparecido. Tan solo hay que revisar la historia.
Desde que los conquistadores en el siglo XVI recorrieron nuestro territorio y Sebastián Belalcázar y Robledo anduvieron sobre sus caballos en lo que sería el suroccidente colombiano —fundando pueblos y ciudades como Cartago, Cali, Popayán—, el caballo se convirtió lentamente en parte de nuestra cultura criolla. Tanto así que incluso cuando Felipe IV prohibió, a través de la Recopilación de Leyes de Indias, “que los indios puedan andar a caballo”, aunque los podían tener. Además, a los negros se les tenía prohibido andar de noche por la calle, así que mucho menos podían montar a caballo. Sin embargo, los indígenas wayúu que vivían lejos del poder colonial no solo montaban a caballo, sino que se convirtieron en grandes jinetes y aún a principios del siglo XX tenían pequeñas manadas, las cuales fueron muriendo como el protagonista del corrido del Caballo Bayo, es decir, de la terrible epidemia llamada la peste loca.
Asimismo, se puede ver la relación que guardan los caballos con los momentos de rebelión, por ejemplo, en lo fundamentales que fueron durante la Guerra de Independencia, tanto así que el 7 de marzo de 1819, el realista Eugenio Arana escribió que “sin el auxilio de caballos es moralmente imposible dar cumplimiento a la superior orden del general Pablo Morillo” o en la manera en que David pintó a Napoleón sobre un caballo y no en una mula en el famoso cuadro de Napoleón cruzando los Alpes.
No obstante, estos personajes históricos fueron perdiendo su rol como guerreros y dejaron de ser los mejores amigos del hombre para convertirse en objetos costosos, símbolo del poder y prestigio social de sus dueños. Valga mencionar que, en enero de 2015, el expresidente Uribe manifestó, según la prensa, ser un devoto de la virgen de los guajiros y lo demostró realizando la donación de una potra fina, llamada Candelaria —hija de Encanto y de Palenquera—, a la virgen de Nuestra Señora de Los Remedios y su catedral en Riohacha.
Aunque la potra costó 50 millones menos que cada uno de los caballos Príncipe de Titiribí, Don Juanito y Rutinario de la finca del Ubérrimo que Uribe donó para la campaña electoral de 2018. El párroco Jefferson Ariza estaba feliz porque ahora si tendría los recursos para la compra de los nuevos vitrales de la catedral, pues Candelaria estaba valorada en 30 millones de pesos y, por eso, el primero de febrero ofreció una misa de acción de gracias donde Candelaria, según el párroco, fue conducida hasta la catedral para que los feligreses la conocieran.
Mientras se conseguía un generoso comprador, la potra —quien venía del Ubérrimo— fue acogida en la finca de Maritza León, una dirigente del centro democrático y exrectora de la Universidad de La Guajira. La venta de Candelaria fue difícil, ya que en Riohacha era arduo encontrar un comprador; así pues, el padre Jefferson optó por rifar a Candelaria. Empero, el enorme desempleo y la pobreza monetaria local hacía que cada boleta por 100 mil pesos fuese muy costosa, lo que frustró todo el plan.
Esta reflexión me surgió cuando vi caer las estatuas de Sebastián de Belalcázar porque ese “asesino” no “representaba” a la gente que la derribó. Habría que preguntar si el caballo, con su gran historia en todas las guerras y en el trabajo duro rural, tampoco los representaba. Aunque Belalcázar, quien fue un guerrero del siglo XVI, debió sentirse orgulloso de caer montado en su caballo como aquel jinete del corrido mexicano que pidió el deseo de ser fusilado en su Caballo Prieto Azabache.
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