El martes pasado, poco antes del mediodía, con el sol de verano que nos castiga antes de que lo haga la lluvia en las tardes, un hombre de camisa y calzón se embebía en el pitón izquierdo de una extraordinaria vaca de Ernesto Gutiérrez Arango.
Pasaba en el mismo ruedo gris de toda la vida. Era Román Collado en trance, con la muleta echada adelante y llevada luego tan atrás que parecía truco de magia.
El mismo hombre del calzón llevaba ayer un azul pavo y oro. Tenía delante ya no una vaca tan buena, sino dos toros diferentes del hierro de Santa Bárbara. Uno, el segundo de la tarde, encastado y vibrante, de esos que piden carné. Y más tarde otro, manso solemne, empeñado en dar con una puerta para marcharse.
Con ambos, Román encarnó la fuerza de la voluntad para sacar lo que había que sacar. En el del inicio, muletazos firmes y de carácter en medio del torrente que era el toro al acometer. Fue una lucha a brazo partido en la que ambos se fajaron. Si lo mata era una oreja. Digno gesto aquel además el de esperar un buen rato a que el toro doblara luego del espadazo. Una señal de respeto y de agradecimiento.
Y en el otro, quinto, echó mano de cuantos recursos hay para buscar algo con qué no irse en el anonimato, incluso esa persecución individual a lo largo de la circunferencia para poner el trapo en procura de una mirada, de un gesto, de un detalle que el toro no tuvo. Peor para él.
Eso fue Román, la palanca que quiso mover el mundo, así al final supiera que no había caso, mientras estaba atento a echar una mano a su colega herido Álvaro Lorenzo, que trataba de despachar al sexto de malas ideas y con el que tampoco pudo mostrar esa mano baja que asomó por instantes en el tercero. Algún día será.
Lo supieron ellos dos, Ramsés y Lorenzo. Y lo supo Ramsés, que tuvo el noble primero con el que todos creímos ver una luz, más próxima tras esa centella que fue el segundo. Pero vino la niebla de tercero, cuarto, quinto, quinto bis y sexto para mandarnos a la noche. Queda escrita una vez más aquella vieja lección de los toros y de las matemáticas, el orden de los factores sí altera el producto.
Todos quisieron, pero Román marcó diferencia. Con esa pasión y con esa afición. No lo duden si un día de estos ven a un tipo pegándole pases a los carros que van por la Kevin Ángel (carros bravos o mansos) ese es Román.
Ficha de la corrida
Feria de Manizales
Tercera corrida de abono de la 64 Feria de Manizales
Toros de Santa Bárbara, desiguales de presentación y comportamiento. Noble el primero, encastado el segundo. Mansos los demás, incluído un quinto bis. Sacó genio el sexto.
518, 468, 480, 460, 470 y 494 kgrs
Ramsés
Sangre de toro y azabache
Silencio tras aviso y silencio tras aviso
Román Collado
Azul pavo y oro
Saludo tras dos avisos y palmas.
Álvaro Lorenzo
Tabaco y oro
Silencio tras aviso y palmas
Detalles:
Tres cuartos de entrada. Tarde fría y con niebla, pero sin lluvia.
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