¿Alguna vez te has detenido a pensar qué harías si de repente un día te despiertas y no estás con tu familia, no tienes un lugar hacia dónde ir ni un camino claro qué recorrer? ¿Qué pasaría si al final del día no están tus hijos o tus padres esperándote para preguntar cómo estuvo tu día y darte un beso de buenas noches? Si el solo hecho de imaginarlo duele, ¿te imaginas tener que vivirlo?
Esta es la situación de más de 258 millones de migrantes que a 2017 tenía registrados las Naciones Unidas. Muchos de ellos llevan años sin ver a sus familias y han dejado a un lado su propio bienestar para lograr sobrevivir y buscar un sustento para las personas que los rodean. Y es que no es fácil ver cómo tu vida cambia repentinamente y no tienes ningún control sobre ello, cómo la vida que siempre quisiste, las metas que alguna vez te trazaste y todo lo que soñaste alcanzar, se desvanece frente a ti.
A pesar de que no escogieron estas circunstancias, es algo en lo que ya no pueden pensar, los migrantes ya están viviendo una vida que no imaginaron, enfrentando miedos que tal vez ni siquiera sabían que existían, pero que son ahora los que los impulsan para seguir adelante; ¿qué más pueden perder? La vida que soñaron ya no está, ahora no hay un futuro claro, ahora solo queda enfrentar el presente, un presente exigente, un presente en un mundo indiferente, un presente donde todos están conmovidos pero nadie hace nada, donde todos nos sentimos tan mal al escuchar todas estas historias que se vuelven cada día más recurrentes, pero nos secamos las lágrimas y continuamos la vida como si nada.
Ahora pensemos, ¿sentir lástima nos hace buenas personas? Nuestras lágrimas no calmarán el hambre ni el desasosiego con el que tienen que vivir tantas personas, tenemos que ser realistas, el sentir sin actuar no genera ningún impacto, debemos movernos, salir de nuestra comodidad y ponernos en el lugar del otro. Seguramente si los migrantes tuvieran la posibilidad de tener una vida como la nuestra, la tendrían, pero no, somos nosotros quienes estamos en ese lugar privilegiado, somos los que tenemos todos los días un lugar adonde ir, somos quienes comemos cada vez que queremos, mientras otros están muriendo de hambre, son nuestras familias quienes nos esperan cuando llegamos de un día de trabajo, mientras ellos se sienten solos por haber tenido que dejar la suya. Por eso agradezcamos cada día porque lo tenemos todo, pero pongámonos en la tarea de sentir el dolor del otro, porque esto es una muestra de que en la vida no tenemos nada asegurado, hoy es Venezuela quien nos pide que no solo le abramos las puertas sino también nuestros corazones como lo hicieron ellos por tantos años. No le pongamos fronteras a nuestra generosidad, finalmente todos compartimos la misma tierra.
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