Llegamos a ese tercio del año donde la administración municipal al fin se acuerda de tapar algunos huecos de las vías principales antes que se pierda el presupuesto, o antes que el tirón de orejas sea peor por parte de la ciudadanía inconforme con tanta grieta y asfalto en mal estado. Eso me hace pensar en las veces en que actuamos como marionetas en contra del propio bienestar, por ejemplo: cuando estamos presionados a hacer un nuevo escrito y lo hacemos de cualquier manera, pero por la rapidez, el producto no alcanza los patrones de calidad que buscamos. Es la cultura de la insatisfacción común la que por estos tiempos controla el argumento de nuestras vidas.
Las respuestas inmediatas normalmente no son las mejores, son paños de agua tibia mientras permanecen las raíces de nuestros problemas. Es una medida “tapa huecos” que nos hace salir de paso de aquello que debería planearse y presupuestarse de mejor manera. Las vías de Manizales son claro ejemplo de esto. Veámoslo con un ejemplo cotidiano, desde que estamos usando tapabocas la gente nos parece más agradable, son simples distracciones, engaños pasajeros que se derrumban tan pronto cuando logramos ver a los otros tal y como son, no como los imaginamos.
Esto pasa por cuanto nuestra mente siempre termina la historia inconclusa, es decir, está predispuesta a rellenar los vacíos, sí, los huecos existenciales, por eso ahora sabemos que a más de uno el tapabocas le está mejorando la imagen. Al final, la realidad es otra, la confusión está a la puerta cuando entendemos que aquello que pretendíamos encontrar no concuerda con la realidad.
Por eso, adelantándonos a esa intención de la mente de darle sentido a aquello que captura nuestra atención, nos apuramos a rellenar las imágenes inconclusas, y como resultado tenemos eso llamado: errores de percepción. Esos mismos errores que nos hacen votar por un candidato experto en hacer activismo, en manejar las redes y luchar por estrategias populares como el uso de la bicicleta. Errores de percepción que nos llevan a pensar que un candidato puede ser un buen presidente de Colombia, aunque le haya quedado grande ser alcalde de Bogotá.
Nuestra facilidad para completarlo todo nos hace cometer un error por el prejuicio de ver relleno el hueco; esto pasa cuando agradecemos a la administración el hecho de poder deslizar el auto a final de año y somos presa de la buena forma de una vía reparada, cuando esa reparación encubre la falta de desarrollo vial, la escasa inversión en infraestructura y la módica gestión para resolver problemas no a corto, sino a largo plazo.
Por eso cuando hay un enmascarado que ataca la corrupción y esconde la suya, deseamos terminar favorablemente la parte de esa imagen que se empeña en mantener oculta. Por eso es más sugerente una mujer con poca ropa que una totalmente desnuda, porque la ropa lleva a atribuir facciones y características agradables en promedio de la información que nos proporciona la experiencia. Ese proceso llamado por los expertos “terminación modal” nos ha condenado como sociedad, nos ha hecho honrar la obra humanitaria de narcos y mafiosos, nos ha llevado a creer en las propuestas incumplidas de quienes ostentan el poder, a seguir sin filtros las posturas políticas de músicos y actores, a pasar por alto los escándalos de corrupción e incluso a mantener un silencio cómplice hacia las dictaduras. Terminamos accediendo a los beneficios de la máquina tapahuecos una vez nos acostumbramos a vivir pensando que es mejor algo que nada. Preferimos creer en una ciudad más grande sin haber pensado en crecer primero como ciudad.
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