Existen noticias horribles con mayúscula sostenida, crímenes de los que a personas como yo no les gusta hablar pues son aborrecibles e inaceptables desde cualquier punto de vista que se les aborde y desde cualquier contexto. La historia de los emperadores romanos nos cuenta del asesinato de Agripina a manos de Nerón y cientos de trabajos filosóficos y académicos han desarrollado el matricidio como un delito vergonzante que pone los pelos de punta por lo bizarro de los hechos que describen su ocurrencia.
Recientemente en nuestro país el caso de Jhonier Leal ha adquirido un matiz mediático que sofoca un poco la calamidad del delito por cuanto asesinó con arma blanca a su progenitora y a su hermano Mauricio, estilista reconocido en el país. Probablemente este hecho ha generado la reprobación del doble asesinato, pero no ha dado tiempo para reflexionar en el mismo delito que cometería en 1815 Pierre Riviére en francia.
Creo que la cortinilla de humo que genera la muerte del hermano famoso, no nos está permitiendo dimensionar lo horrible de un crimen cometido en contra de la propia madre en un país donde los actos inconmensurables han llevado a desestimar la ética y los valores sociales de manera gradual y sistemática. El matricidio es síntoma de la realidad que vivimos y respuesta de aquella desatención que le hemos dado durante décadas a la salud mental.
Esto que ha sucedido es una alerta roja que va más del malestar en la cultura, es un crimen que debemos prevenir al máximo para que no vuelva a repetirse; el crimen de Electra y Orestes en la tragedia de Sófocles no debe quedarse en el acto ficticio de la posibilidad y menos aún en los comentarios populares que reprueban este tipo de hechos desde el sensacionalismo y el morbo episódico tan común en los medios de comunicación.
Si no hablamos cuidadosamente de estos acontecimientos con la responsabilidad que supone advertir sobre la saturación de la violencia, podemos no estar haciendo lo suficiente; la gente se asombra, es cierto y se espanta con la noticia, pero también está embotada de actos delictivos, por lo que se ha desarrollado cierta insensibilidad respecto a la criminalidad y las formas de violencia. Esto preocupa porque nos hemos convertido en un país donde el valor de la vida se mide en pesos y estatus, apresurándonos así a una crisis ética que nos deja en un terreno hostil, oscuro y lamentable.
En medio de la perplejidad por lo acontecido, es primordial que se prevenga la desintegración familiar y que se mantenga un avance firme en la promoción de estilos de vida saludables; es necesario ir a psicoterapia en todos los casos de hijos y padres agresivos porque es en la posibilidad que brindan esos espacios profesionales donde se pueden desarrollar capacidades que favorezcan la convivencia y la resolución de problemas.
Sí, aunque parezca elemental, el matricidio se previene aprendiendo a mantener una comunicación positiva y tratando los trastornos mentales que afectan las vidas de cada integrante de una familia, lo que incluye la hospitalización en los momentos en que el alma decae y el autocontrol se fractura; así como la adhesión a un tratamiento farmacológico actualizado. Este hecho criminal ha mostrado una vez más que nuestra sociedad está enferma y en algunos casos tendremos que cambiar el entorno social si queremos evitar la tragedia; esta negra página nos muestra que la educación debe recibir más apoyo para atender las problemáticas de la niñez y la juventud; necesitamos hacer que los jóvenes se eduquen más y que se arreglen las relaciones parentales en beneficio de cada persona.
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