Con solo ver a nuestro alrededor, de manera continua y hasta imperceptible, basta para entender por qué Colombia se encuentra en uno de los paraísos mejor preparados culturalmente para corruptos, politiqueros y denominados ampones que se esconden bajo las aguas de un mar de corrupción.
Se ve en la calle con el conductor que no espera la fila, en los bancos sobornando el turno para pasar o en aquel que acelera en contravía porque no aguanta el trancón; esta corrupción incesante genera un aire inevitable de impotencia, tristeza o simple ira que nos muestra lo poco que podemos hacer para dar frente al problema que cada día se acrecienta y permea más ámbitos de nuestra cotidianidad.
Es más complejo de resolver cuando se sabe que los gobernantes en escalas más altas hacen parte de ese grupo mayoritario y selecto que se gana la “mermelada”. Y lo peor, lo hacen mientras se perpetúan en el tiempo sin soluciones evidentes y tocan todas las capas de la sociedad sin mirar raza, religión, clase social, nivel educativo, el tipo de cargo u organización, la función, el origen personal o la capacidad económica de quien cae y se hunde en este mar.
Este cáncer eterno que permea a toda la sociedad, es debido a que nuestros propios actos de corrupción los justificamos sin medida, los sustentamos frente a los demás e incluso los resaltamos para ser copiados por demás personas que nos rodean. Al ser tan recurrente este actuar se nos convirtió en paisaje, en algo natural. Este paisaje lo componen actos mínimos diarios que rompen con las normas de convivencia social, aquellas que nos regulan en la casa, en el trabajo o en la calle. Sin lugar a dudas estamos ahogándonos en corrupción, y esto porque quizás nosotros somos un poco corruptos y demasiado tolerantes frente aquellos que asemejan nuestros comportamientos.
Reflejo de esto es que estamos inmersos en el denominado CVY o el “cómo voy yo”. Este acto egoísta aplicado por muchos colombianos trasciende al hecho de que todos estemos acostumbrados a que cada persona va por su lado y no debe tocar el mío, que el trabajo en equipo sea una novedad y que hasta en los deportes colectivos se valoren más las habilidades individuales que las grupales, siendo más protagonistas las personas que los equipos.
El lector dirá que es normal y que es un paisaje claro y constante por lo que no es de extrañarse las consecuencias, pero esto es una enfermedad ponzoñosa que nos carcome y llena de oscuridad. Aun cuando, desde la ciencia y hasta en lo social, el país está llenos de héroes y heroínas que a diario luchan por un mejor y nuevo país donde haya la paz, igualdad, amor, trabajo en equipo y el compromiso por no ser corruptos, estos son aplacados tristemente por la infinidad de actos de corrupción que a diario aquejan nuestros ámbitos de convivencia validados por afanes e intereses propios.
Queda por revisar la poca o nula calidad de nuestros sistemas de regulación ya que nunca le pasa nada a quien rompe las mínimas reglas de convivencia en sociedad. Requerimos que cada uno de nosotros seamos la cura para esta enfermedad.
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