Pbro. Rubén Darío García Ramírez
Particularmente esta época está marcada por el individualismo. Cuando los “otros” tienen problemas, o gruesas dificultades, en nuestro interior comienzan las justificaciones: “Allá él, para qué se metió en esos guayos, que se salve como pueda, ese no es mi problema”. Suele suceder que los demás aconsejan “Evitar los problemas” cuando decidimos ayudar a alguien que lo necesita: “Al ver una persona tirada en carretera, uno de la familia dice: “Sigamos, sigamos, no nos detengamos, después esto será para problemas”. Es más, parece inconcebible ofrecer una ayuda y que no “cobremos dinero por ella”: “Deje la bobada, cuánto le van a pagar por hacer eso? Una respuesta común de nuestros “amigos”.
El relato del Evangelio nos pone sobre una dirección completamente distinta. Jesús nos enseña el amor al prójimo, incluso desacomodándonos de nuestros tiempos y seguridades. El hombre que está “medio muerto” tirado en el camino. Es el reclamo de todos los hombres y mujeres violentados en nuestra presente historia. Cubre esta expresión a todos aquellos niños, jóvenes, adultos mayores, familias enteras desplazadas, amenazadas, torturadas. Además del golpe producido por la pobreza absoluta de tantos seres humanos, debemos tener en cuenta quienes psicológicamente son maltratados, humillados, explotados.
El hombre tirado medio muerto en el camino, representa a todos los que hoy también son pobres vergonzantes, no piden, no manifiestan sus necesidades y sufren en silencio. Es la mujer subyugada en casa, o aquella tratada como una mercancía que se compra o se vende. Son los niños abusados que quedan marcados para toda su vida a causa de la violencia de algún familiar o mucho peor aún, dolorosamente, lo digo, por un sacerdote o religioso.
Siguiendo la narración del buen Samaritano, Jesús especifica que este hombre de Samaría al ver a este otro “hombre” sufriendo, se detiene, baja de su caballo, se acerca, venda sus heridas, y lo conduce a un lugar para que lo cuiden, encargándose él mismo del pago de su cuenta. Si observamos bien, el hombre que ayuda “muere” a su tiempo, sale de sí mismo y va en pos del que le necesita. Compromete sus bienes y no teme gastarlos en beneficio de quien está clamado su ayuda. “No pone límites a su servicio”, pues dice a quien le alberga: “Si gastas de más yo te lo pagaré a la vuelta”.
El detalle más fuerte del relato sale a la luz cuando descubrimos que el hombre tirado en el camino es un judío y que quien lo auxilia es un samaritano. Judea y Samaría en su historia entraron en conflicto y sus habitantes se transformaron en verdaderos enemigos. No podían verse y mucho menos encontrarse por el camino. Que haya sido precisamente un “Samaritano” quien presta ayuda completa y más allá de la justicia, a este judío, plasma en la enseñanza de Jesús para nosotros lo que distingue el amor verdadero de Dios: “El amor al enemigo”. Hacerle el bien a alguien que después le va a devolver el favor no seria tan complicado. Pero hacerlo, precisamente, a quien no podrá pagarte tiene otro nivel.
En Colombia guardamos muchos resentimientos, no olvidamos fácil el mal que nos han hecho, es más, decimos con frecuencia: “¡Es que no tenemos memoria!”, invitándonos mutuamente a seguir alimentando odios y a seguir construyendo muros. El perdón parece haber salido de nuestro vocabulario y expelemos por nuestra sangre venganza en todos los ambientes. Esto lo vemos no sólo a nivel macro de nuestro País sino a nivel micro en nuestras familias.
El verdadero Samaritano ha sido el mismo Jesús, pues siendo de condición divina se anonadó y se hizo como el más esclavo padeciendo la muerte en cruz, por nosotros siendo sus enemigos, pecadores, nos ha amado hasta el extremo. En sus llagas hemos sido curados. Él ha pagado al eterno Padre la deuda de Adán y cuando regrese en su Parusía, es decir, en su segunda venida, pagará todo lo restante: “Hasta que Él, Cristo, sea todo en todos” (1 Cor 15,28).
El verdadero prójimo fue aquel que practicó la misericordia con su enemigo. Este es el sello de la vida cristiana. Quien así obra, suscita en los demás una expresión de admiración: “¿Por qué puede amar de esa manera? ¿Qué es lo que tiene por dentro? Preguntémonos y evaluémonos: ¿Practicamos misericordia con nuestros enemigos?
Deuteronomio 30,10-14; Salmo 68; Colosenses 1,15-20; Lucas 10,25-37
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