Pbro. Rubén Darío García Ramírez
El hijo ya joven pregunta a su papá: ¿Por qué tengo que ir a misa? El papá se quedó mirándole fijamente y después de un poco de silencio le responde: ¡Hijo, porque sí! Lastimosamente el papá no tenía los argumentos para hacerle comprender a su hijo la necesidad de la Eucaristía.
Hoy celebramos el Corpus Christi, es decir, la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. Para comprender mejor su significado podemos acercarnos al libro del Génesis cuya lectura de hoy nos transmite la noticia de que Melchisedech bendijo a Abrán entregándole Pan y vino. Estos son, para el hebreo, alimento fundamental para vivir. En la última Cena que celebró Jesús con sus discípulos, tenemos igualmente pan y vino.
Para la hechura del pan, el trigo se tritura, hasta lograr una masa que viene luego horneada. El vino viene de la uva, la cual debe ser aplastada, pisada, triturada, para que pueda sacar su líquido que luego entra en fermentación. El trigo se tiene que desintegrar para que pueda volverse masa capaz de ser moldeada. La “Destrucción” es necesaria para que el trigo pueda transformarse en alimento. La uva, de igual manera, debe pasar por un similar proceso de desintegración para que pueda transformarse en vino.
Jesús toma el pan y lo bendice diciendo: “Tomad y comed todos de él, porque esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros. Del mismo modo… tomó el Cáliz y dijo: “Tomad y bebed todos de él, porque esta es mi sangre, sangre de la nueva alianza que será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados”.
Este Pan que “será entregado” quiere decir un pan que se dejará despedazar para que pueda alimentar a quien lo coma. Este Pan es su Cuerpo, esto es, el cuerpo que ha sido flagelado, torturado, despedazado, para el Perdón de nuestros pecados. En la cruz, este cuerpo se entrega totalmente, hasta la muerte. Del costado de Cristo sale Agua y Sangre. Esta Sangre es ya redentora, porque Jesús, por su donación total ha vencido la muerte; se ha dejado destruir como la uva, para producir el “vino mejor”, así como en las bodas de Caná lo expresó el maestresala.
Cuerpo destruido por Amor para dar la Vida Eterna; Sangre derramada para que nosotros tuviéramos la Vida en abundancia (Juan 10,10). Quien llega a creer en Cristo, es capaz de dejarse matar, se deja destruir para dar vida. Cuando el esposo grita a la esposa y ella, antes que devolver el grito, tempera su reacción siendo capaz de guardar silencio, podría entenderse como que “se deja matar”. Pero esta “muerte” hace que el esposo no tenga cómo seguir gritando o agrediendo. La actitud de la esposa da vida al hogar, no lo destruye y el esposo terminará pidiendo perdón a la esposa por su actitud agresiva. Y así en todo: cuando tenemos un resentimiento con alguien y “muriendo” a nosotros, nos acercamos a pedir perdón de primeros por ese resentimiento guardado, hace que se nos dé la reconciliación.
“Si el grano de trigo no muere, queda infecundo, pero si muere, da mucho fruto. Por la Eucaristía la esposa es capaz de perdonar al esposo; los padres a los hijos; los hijos a los padres; por ella, tenemos la capacidad de ser fieles, de enfrentar la enfermedad, la vejez y la muerte. Sin la Eucaristía, somos frágiles, débiles en nuestra voluntad y es por esto por lo que queriendo hacer el bien terminamos haciendo el mal que no queremos. En la Eucaristía, por el Cuerpo y la Sangre de Cristo, se destruye el muro que nos separa de los demás: el odio. Por su Cuerpo y Sangre, somos capaces de donarnos sin reservas para que los demás tengan la Vida. “Hijo… esta es la razón por la cual es maravilloso participar de la eucaristía”.
Génesis 14,18-20; Salmo 109; Corintios 11, 23-26; Lucas 9, 11-27
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