Pbro. Rubén Darío García Ramírez
Hoy la Palabra nos llama a reflexionar, imposible soslayarla. Asistimos en estos días a tormentosos debates políticos marcados por amenazas, acusaciones, calumnias, señalamientos personales, enemistades públicas que involucran a toda la población. La corrupción propia del ansia de poder y dinero sobrepasa límites y divide al pueblo. Y se suma la violencia en todo orden, hasta en nuestras familias, incluyendo aún la forma de mirarnos cuando andamos furiosos. Serpentea una mentalidad asesina que busca solucionar los problemas con la muerte, sin medir consecuencias… Y todos caemos en el juego.
Abruma tanto resentimiento doblegando a nuestras gentes; se impone la ley del talión: “Ojo por ojo, diente por diente”. Estamos, como el pueblo de Israel, adorando otros dioses fuera del único Señor: poder, fama, prestigio, dinero, sexo... Las Palabras que dirige Dios a Moisés se concretan en nuestro pueblo hoy: “Pronto se han desviado del camino que yo les había señalado, se han hecho un becerro de metal, se postran ante él, le ofrecen sacrificios y proclaman: Este es tu dios, Israel, el que te sacó de Egipto… Veo que este pueblo es un pueblo de dura cerviz”.
Y también estas palabras: “Este pueblo me honra con sus labios pero su corazón está lejos de mí, en vano me rinden culto” (Mt 15,8-9). Urge una verdadera reconciliación con Dios, la reconciliación del corazón, una petición de perdón como lo hizo Moisés intercediendo por su pueblo, hasta que Dios mismo “se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo”. La reconciliación del corazón de cada uno de nosotros con Jesucristo, la verdad, la defensa de la vida, el ejercicio vivo del Amor: Nuestra conversión verdadera… ¿Hasta cuándo la vamos a postergar?
Dios se presenta como verdadero Padre, como el Padre de la parábola del Evangelio: Cuando su hijo menor regresa a casa el Padre sale a recibirlo y hace una fiesta porque ha recuperado al hijo perdido. El Padre es misericordioso y ante esta realidad el hijo puede pedir perdón y regresar. Nuestra amada Colombia debe volver a la casa del Padre, porque ella se ha ido lejos, ha derrochado sus bienes, se enfiestó con el enemigo del alma y ahora tiene hambre, no de pan, sino de la Palabra del Señor (Cfr. Amos 8,11). Cada uno de nosotros debe regresar a la casa de la cual nunca debió irse.
Solamente regresando a Dios se consigue la paz. Es menester centrar nuestra vida en un solo Dios y renunciar a esos ídolos que venimos adorando. Y cuidémonos de caer en el error del hijo mayor de la parábola: Estuvo siempre en la casa, pero su corazón ha estado lejos de ella y lejos del Padre; siente celos porque su hermano ha vuelto y ni siquiera lo considera hermano suyo. Podemos estar en la Iglesia, pero no sentirnos parte de ella; podemos comer los manjares que nos ofrece el Padre y, sin embargo, pasar hambre por no reconocerlo como tal.
Emulemos la enseñanza del hijo menor: Reflexionar, darse cuenta de que, quien le espera, es Padre de misericordia y regresar a casa. Regresamos abriendo nuestros corazones a la conversión. Colombia necesita esta inaplazable reconciliación con su esencia católica. Nada ganamos buscando razones para ofendernos los unos a los otros, señalarnos, juzgarnos y condenarnos hasta perderlo todo. Reconciliémonos, pidamos perdón a Dios y acojámonos a su Misericordia…después vendrá el tiempo de la Justicia. “Que los cielos promulguen su justicia porque es Dios el que juzga.”(Salmo 50).
Éxodo 32,7-11.13-14; Salmo 50; Timoteo1,12-17; Lucas 15,1-32
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