Este tiempo de cuaresma, con cuarentena obligatoria a causa del covid -19, se puede convertir en una bendición única y definitiva: Es la oportunidad de ver al interior verdadero de nuestras vidas y de nuestras familias. Aislados en casa podemos identificar las pasiones que afloran al estar juntos, descubrir nuestros niveles de angustias y ansiedades y su repercusión en las relaciones cotidianas. Y se revela la capacidad de generosidad y la disposición a servirnos mutuamente, cuidando especialmente de los más frágiles.
Hoy, la Palabra entraña una promesa maravillosa: Leemos en Ezequiel: “Yo mismo abriré sus sepulcros y los haré salir de sus sepulcros. Y cuando esto haya pasado, pueblo mío, les infundiré mi espíritu y vivirán, los colocaré en su tierra y sabrán que yo soy el Señor”. En la resurrección de Lázaro, es Jesús mismo, el Emanuel, el Dios-con-nosotros, quien abre el sepulcro y hace salir a Lázaro de su sepulcro, envuelto en esas vendas que no le dejan mover. Jesús ordena a sus discípulos que lo desaten para que pueda caminar.
Lázaro somos todos. Habitando en tinieblas de muerte, yacemos en sepulcros, privados de “la Luz del Señor”, ciegos y paralizados. Son varias tumbas: esclavitud de ansiedades causadas por el miedo a la muerte; esclavitud de una economía que antepone las ganancias materiales a la persona; culto al cuerpo que somete a las personas a una “belleza” corporal vacía de Ser; miedo a tener hijos porque no confiamos en Dios y su provisión continua; esclavitud del trabajo concebido como fin en sí mismo y no como medio al servicio de la vida.
Cada uno podrá identificar los sepulcros en los que ha permanecido durante años y las vendas que le han atado impidiéndole caminar: las decisiones impulsivas que causan sufrimiento a los demás o paralizan la existencia en el hogar, en la relación con la familia o con quienes forman parte de los trabajos o servicios.
Este tiempo de cuaresma es un kairós, un tiempo para reflexionar sobre nuestra manera de vivir. La predicación a Sus discípulos nos ayudará a confrontar tres aspectos fundamentales en nuestra existencia para descubrir de qué “tumbas” nos puede sacar el Señor mediante su Palabra: el yo, los afectos y los bienes.
Mirar al Yo permite evaluar si en nuestros comportamientos hay prepotencia, egoísmo, individualismo, búsqueda de reconocimientos, honores, fama, prestigio. El hecho de estar en casa por el aislamiento preventivo obligatorio, nos permite mirar con sencillez cómo son las relaciones familiares y qué capacidad tenemos de servirnos sinceramente los unos a los otros.
El reconocimiento de los afectos ayuda a determinar la base de nuestras seguridades afectivas, la pureza de nuestros sentimientos; la fidelidad a las promesas hechas (por ejemplo las matrimoniales); el lugar que realmente ocupan los hijos frente al tiempo que se dedica al trabajo o a la producción; la lealtad en la amistad; la sensibilidad ante el sufrimiento de los demás.
Identificar la preponderancia de los bienes nos enfrenta con la oscuridad del apego al dinero y a las cosas. ¿Cuándo lo material comienza a desplazar lo esencial o fundamental de la vida?, ¿En qué instantes de la vida el metal desplaza al amor?
Tenemos la oportunidad de preparar con mayor profundidad la Semana Santa. Los ayunos que ofrezcamos, la sobriedad en nuestras inversiones, la sencillez del compartir, serán la mejor señal de cuánto podemos dejarnos purificar, lavar y sanar en la Noche Santa de la Vigilia Pascual. Será una estupenda Pascua, porque el Señor pasará por nuestra vida, gritando con su poder: ¡Lázaro, ven afuera! Entonces experimentaremos cómo la predicación escuchada nos habrá desatado las vendas y podremos caminar: habremos resucitado. Dios mismo infundirá en cada uno de nosotros su espíritu y viviremos; nos hará participar de su Reino y sabremos, sin lugar a dudas, que Él es el Señor.
Ezequiel 37,12-14; Sal 130; Romanos 8,8-11; Juan 11,1-45
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