Pbro. Rubén Darío García Ramírez
Atención a la Palabra de hoy. Dios nos alerta: “Ay de los que se sienten seguros en Sión”. Esta “seguridad” refleja las actitudes de soberbia del ser humano en su relación con Dios. El pueblo que se siente seguro de sí mismo y pierde el horizonte de su existencia, se desintegra: “Porque el pueblo renegó del Señor diciendo: “Él no cuenta, no nos alcanzará daño alguno, ni espada ni hambre padeceremos” (Jer 5, 12).
Este hombre que pone su seguridad en sí mismo, su fuerza y sus bienes, es llamado en la Sagrada Escritura “El Rico”. Y quien se obliga a poner toda su confianza en Dios y se despoja de sí mismo es designado como “El Pobre”.
La concepción bíblica de la pobreza va más allá del término meramente sociológico, equivale a “pequeñez”; a un abajamiento o anonadamiento en aras del servicio. “El pobre” es, según las expresiones de Jesús, quien aprende a colocar toda su seguridad en el Señor. Los pequeños, en las letras sagradas, son felices y dichosos: “Bienaventurados los pobres porque de los que se hacen como ellos, es el Reino de los cielos”(Mt 5,3).
El mundo actual desconoce esta Palabra y nuestras actitudes lo demuestran: soberbia, envidias, venganza… Necesitamos aprender el sentido de La Palabra, conocerla, para arrepentirnos y recuperar la relación tan profunda e íntima que se adquiere con la persona de Jesús: “Las ovejas conocen mi voz y me siguen” (Cfr.Jn 10,10).
El Evangelio personifica estas dos realidades en la parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro. El mundo refuerza diariamente la idea de que lo único importante en el ser humano es garantizar sus haberes y su bienestar; es la filosofía de “barriga llena, corazón contento”. Numerosos matrimonios deciden no tener hijos “por condiciones económicas”, como si los hijos fueran un impedimento para poder disfrutar la vida.
Predomina un egoísmo tal, que se volvió tendencia gritar no a Dios, y sí al pecado. Es un terrible engaño que destruye la mentalidad de la sociedad hasta generar leyes contra toda lógica y dignidad, contra la vida que Dios nos dio. ¿Por qué trastocamos la verdad sin pensar en las consecuencias?
El rico del mundo no puede ser feliz porque su apego al dinero, su soberbia, le hacer crear ídolos que él convierte en “dioses”. La Palabra resuena con esperanza: “llegarán días en que el hombre no tendrá necesidad de pan, sino de Escuchar la palabra de Dios y cumplirla” (Cfr. Am 8,11). El rico, por su ceguera, egoísmo e indiferencia, no ve el rostro del pobre Lázaro. Sus banquetes brillan por la ausencia de quien no pueda pagar, contrario a la enseñanza del Maestro: “Cuando invites a alguien a cenar, invita no al que te puede pagar, sino a quien no pueda pagarte, así la paga la recibirás del Padre que ve en lo secreto”.
La felicidad del mundo tiembla ante esta sentencia: “No pueden servir a Dios y al dinero, porque terminarán aborreciendo uno y amando al otro”. Este momento histórico refleja la cantidad de actitudes que corresponden al rico de la parábola: indiferencia, gula, desenfreno, apariencia, corrupción, idolatrías. Lázaro corresponde más a la figura de Job quien viene probado en extremo sufrimiento. ¿Nos duele que otro hermano sufra? ¿Seremos tan indiferentes como el rico de la Parábola frente a la presencia del pobre?
Escuchemos, reflexionemos y vivamos el Evangelio para ordenar nuestra existencia en todas las etapas de la vida. Felices quienes escuchan la Palabra y la ponen por obra. Dice Abraham en el mismo relato de la Escritura: “Tienen a Moisés y a los profetas, que los escuchen”. Tenemos a Jesucristo nuestro salvador, abracemos la cruz y sigámosle.
Amós 6,1. 4-7; Salmo 145; Timoteo 6,11-16; Lucas 16,19-31
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