Hoy clamamos con el salmo 15: “Enséñame el sendero de la vida”. Somos como los caminantes que se dirigen a Emaús: perdimos la fe y la esperanza y no sabemos qué hacer, más que volver a las viejas costumbres; y, aún con Jesús a nuestro lado, interpelándonos, no lo reconocemos...Vamos por un camino pero ni sabemos a dónde vamos. Recordemos al mismo Lucas cuando dice: “… Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?”
Siempre tenemos la oportunidad de volver a encontrarnos con nosotros mismos, con este yo espiritual vivo en nosotros, pero que abandonamos ocasional o definitivamente, inmersos en la cotidianidad de las antiguas costumbres paganas. Pensemos en las bendiciones que hemos tenido y en la ruta de nuestra vida. ¿Qué nos enseña el camino de Emaús? En cuanto abordamos el Evangelio de Hoy, sobresale el sentido del autoexamen:
1) Los dos caminantes de Emaús van tristes porque creen en la muerte, pero no en la resurrección del Señor: ¿En qué somos iguales a ellos, sobre todo cuando ponemos nuestra confianza en la ciencia, o en leyes humanas, o en las “energías” de las ideologías de moda en lugar de abandonarnos en Cristo?
2) Aquellos caminantes van sin fe, ellos “creían” que Jesús era el Salvador pero murió crucificado. El Miércoles de Ceniza nos comprometimos a convertirnos y CREER en el Evangelio ¿Estamos cumpliendo?, ¿Qué pasa con nuestra FE, confinados esperando remedios y vacunas? Necesitamos madurar nuestra Fe.
La conversión es un camino de entrega y concentración en la salvación de las almas. Como dice la primera carta de Pedro: “Ya saben con qué los rescataron de ese proceder inútil recibido de sus padres: no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo”. Y dice el Apocalipsis: “Conozco tu conducta: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero como eres tibio, es decir, ni frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca. Tú dices: Soy rico, me he enriquecido; nada me falta. Pero no te das cuenta de que eres un desgraciado, digno de compasión, pobre ciego y desnudo” (3,15-17).
La madurez de la fe impone estudiar la Palabra de Dios y no distraernos más en las urgencias del enemigo.
3) ¡Qué problema tenemos los católicos para desarrollar nuestro discernimiento! Jesús habla con los caminantes, los sorprende explicando la Escritura, pero ellos no lo reconocen. Hoy, tampoco nosotros lo reconocemos. Para madurar nuestra fe y fortalecer la capacidad de discernir necesitamos conocer, estudiar y examinarnos al calor de la Palabra de Dios. El Plan de Salvación es la vida eterna, no pecar, centrarnos en que un castigo como el que sufrimos hoy es la consecuencia del pecado en el que insistimos vivir.
4) ¿Cómo está nuestra oración? Jesús camina siempre con nosotros, como en el camino de Emaús, ¿Por qué no hablamos con Él, o lo hacemos tan pobre y circunstancialmente?. Aprender a leer, estudiar y comprender la Escritura nos ayuda a orar de manera más sencilla y sincera. Muchos ya hemos experimentado una alegría especial después de haber orado: La luz de la palabra y la seguridad recobrada al hablar con Él. Visitemos el Santísimo más a menudo y recuperemos la alegría de la Fe. “Protégeme Dios mío que me refugio en ti”.
4) ¿Somos conscientes del gran regalo que Cristo nos dejó al instaurar la Eucaristía? “Lo reconocieron al partir el pan”, es decir al repetir el Sacrificio. Y nos dejó el alimento verdadero: su Sangre Preciosa y Su Palabra. ¿Vivimos a consciencia la Santa Misa?; ¿Cuál es el dolor que produce el actual “ayuno eucarístico”?
Cristo Jesús: Su amor misericordioso, nos da un corazón nuevo capaz de amar de verdad, nos fortalece y nos capacita para enfrentar la adversidad con valentía. Ahí está también la medida de nuestra fe y de nuestra verdadera alegría.
Hechos 2, 14.22-33; Salmo 15; 1 Pedro 1,17-21; Lucas 24,13-35
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