Se acerca la celebración del gran día de la Pascua. La historia se concentra en este momento: preparamos la Noche Santa de la Vigilia y la Resurrección del Señor, el domingo. Hoy la Palabra de Dios nos invita a descubrir de qué necesitamos convertirnos.
Cada día se resume en acontecimientos que nos imponen decisiones. Sin pensarlo, la humanidad pasó de una confianza absoluta en Dios a decidirse por lo que pueda controlar por sí misma (el poder personal). Terminamos realizando dos males: “Me han abandonado a mí, fuente de agua viva y han cavado para sí cisternas agrietadas que no retienen el agua” (Jer 2,13).
Inventamos ídolos (personas, animales o cosas) y les dimos el lugar que es de Dios. El gesto profético de Jesús en el templo de Jerusalén tiene tres significados para la vida cotidiana:
1. Al volcar las mesas de los negociantes, Jesús grita: “No hagan de la casa de mi Padre un lugar de mercado”. Hace alusión a las palabras del profeta Zacarías, quien anuncia “la llegada del día del Señor” (14,21). Jesús se presenta como el Hijo que viene en el “día del Señor” a la casa de su Padre.
2. La revelación a los discípulos con el gesto del Maestro: “El celo de tu casa me devora”. Se refiere al salmo 69,10, cuando el hombre justo y orante sufre por los ataques contra el templo en el Antiguo Testamento. Jesús purifica el templo a costa de su propia vida: “Hemos sido comprados a precio de sangre”.
3. El reto de Jesús a sus enemigos: “Destruyan este templo y en tres días lo levantaré”. En ese tiempo, una palabra contra el templo era una ofensa grave, punible incluso con la muerte. La construcción del templo ocurre durante casi 50 años, hasta el año 27 d.C. que es el momento en que Jesús reta a sus enemigos. La clave es que Jesús habla de su cuerpo: “Jesús es el nuevo templo”. Jesús es ahora el “lugar del encuentro” entre el hombre y Dios. Ya lo habíamos escuchado en el diálogo con la Samaritana: “Llega la hora (ya es hora) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren” (Juan 4,23).
Recordemos que el Cuerpo de Cristo es la Iglesia (todos los bautizados), es el nuevo templo construido, no con adobes sino con piedras vivas (nosotros). Vale preguntarse qué calidad de piedra viva es uno. Como templo del Espíritu Santo, nuestro cuerpo debe purificarse, porque lo llenamos de ídolos, lo convertimos en lugar de mercado. Vendimos nuestras conciencias a cambio de dinero, engaños y falacias, centrados en satisfacer nuestros deseos; privilegiando nuestros intereses particulares.
Nuestra existencia se volvió de doble faz: por un lado, matamos con la lengua, ultrajamos, mentimos…; por otro lado, basta con rezar, ir a misa, prender una lámpara, dar limosna. De ahí los decires populares: “El que peca y reza empata”; “pecado es lo que no se hace”; y también la clarificación mundana del término “cumplimiento”, cumplo y miento.
Esta Cuaresma es la oportunidad de purificar nuestra vida; convertirse significa amar y ser coherentes con lo que profesamos, “hemos sido comprados a precio de sangre” (1 Corintios 6,20). Estar a la altura de nuestro Maestro impone sabiduría y parresía-valentía simultáneamente; vivir como cristianos católicos de verdad, que se nos note en nuestros actos; pues así dice Dios en su Palabra: “Conozco tu conducta: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Ahora bien, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca” (Apocalipsis 3,15-16).
Director del Departamento de estado laical de la Conferencia Episcopal de Colombia
Éxodo 20,1-17; Salmo 18; 1 Corintios 1, 22-25; Juan 2,13-25
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