Pbro. Rubén Darío García Ramírez
En muchos momentos de nuestra vida cotidiana evadimos nuestras propias convicciones con el fin de no perder privilegios adquiridos; incluso, llegamos a negociar principios fundamentales motivados por ganancia de prestigio, fama o dinero. De esta manera lo que profesamos con los labios queda cancelado por nuestras decisiones y actuaciones. A esta actitud Jesús mismo la denuncia como hipocresía.
En el contexto histórico de Jesús, sus principales opositores fueron las autoridades religiosas. Tres grupos de líderes: fariseos, saduceos y herodianos. Todos formaban parte del Sanedrín, que era el cuerpo religioso gobernante. Tenían sus notables diferencias, pero dos aspectos los unían: lo primero, todos codiciaban el control del templo, el trono y el futuro de Israel y, lo segundo, el disgusto que tenían por el mensaje de Jesús.
Los fariseos, desde el punto de vista político, eran clase media opuesta al gobierno romano. Querían proteger la cultura de los judíos de la cultura griega, temían la corrupción griega; por lo que se negaban hasta mirar la efigie del emperador en las monedas y demás sitios donde fuera expuesta. Los saduceos y también los herodianos, por el contrario, favorecían las costumbres y la cultura griega por sobre las tradiciones judías y cooperaban con el gobierno romano ya que eran primordialmente familias aristócratas y gobernantes a quienes les beneficiaban mantener relaciones amistosas con el César.
El Evangelio nos relata cómo algunos discípulos de los fariseos, unidos a unos herodianos, fueron enviados para comprometer a Jesús con una pregunta. Un paso en falso del Maestro en este terreno, hubiese sido la oportunidad de denunciarlo ante las autoridades.
Se comprende por qué entonces los fariseos se hacen acompañar de un grupo de herodianos, como decíamos antes, favorables a los romanos. La respuesta de Jesús muestra una ironía y una lógica formidables. En primer lugar, Él pide a este grupo de hombres “piadosos” una cosa que para ellos era repugnante: observar la efigie del emperador, con su correspondiente inscripción: divus et pontifex maximus (divino y máximo pontífice). Para un judío pío era insoportable ver esta imagen con la consiguiente connotación divina otorgada al emperador. Ahí está la ironía.
De igual manera, en el relato de la Pasión, ante la pregunta de Pilato: “¿A vuestro rey voy a crucificar? La respuesta de los sumos sacerdotes fue: “No tenemos más rey que el César” (Jn 19,15). En este momento los hombres tan religiosos han dejdo a Dios por otros dioses, han abandonado la fuente de agua y la han cambiado por cisternas agrietadas (Jer 2,13); han honrado con sus labios, pero su corazón está muy lejos del Señor (Is 29,13). Es lo que puede acontecer hoy con nosotros mismos: renunciamos a los principios de la defensa de la vida, natural a nosotros los bautizados, y aceptamos el aborto, la eutanasia, la indolencia ante la muerte de otros a cambio de nuestra comodidad y aceptamos lo que piensa la mayoría. ¿Cómo está nuestra confianza en el Señor? ¿Dónde ponemos nuestra seguridad? ¿Acaso la hemos puesto en nuestros bienes? ¿En nuestras fuerzas propias? ¿En el mismo apego al dinero? ¡Qué oportuna nos llega hoy esta Palabra del Señor Jesucristo: “Den a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César!
Director del Departamento de estado laical de la Conferencia Episcopal de Colombia
Isaías 45,1.4-6; Salmo 95; 1Tesalonocenses 1,1-5; Mateo 22,15-21
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Algunos discípulos de los fariseos fueron enviados para comprometer a Jesús.
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